Eduardo Haro Tecglen
EL NIÑO REPUBLICANO (II)
Madrid, 1996, Alfaguara.
“Con ciento dieciocho conflictos causando víctimas todos los días, con las páginas de sucesos repletas de resultados criminales de los odios personales —incluso los de la relación directa odio-amor— no podemos presumir de que nuestro tiempo sea diferente de ningún otro. Al revés, si hemos producido un gran movimiento de disolución de un odio antiguo que era intrínsecamente el de capitalismo y el comunismo pero externamente el de los buenos y los malos, el de los despiadados y de los inocentes, el de los justos y los injustos (visto desde el lado que se mirara, sustituyendo únicamente nombres propios o geográficos), nos las hemos arreglado para tener inmediatamente después un nuevo enemigo, también con nombre propio pero, al mismo tiempo, con la acusación de fanatismo, de naturaleza criminal, de civilización odiosa. Y antigua, naturalmente.
Quizá, en efecto, sea necesario, y más antiguo que el amor; y vaya a durar más que el amor, que algunos dicen que se extingue en su relación con lo material. Un factor de progreso. Pero cuesta bastante admitirlo dentro de uno mismo. (…) Odios de familias, de razas, de personas; odio incluso mezclado al amor, sentimiento ambivalente por una persona que, al mismo tiempo que nos completa, nos aliena... Sabios, filósofos, psicólogos, no saben si es un instinto o algo aprendido; ni si es una fuerza que impulsa el progreso hacia adelante o, por el contrario, lo congela...” (pp. 335-336)