viernes, 24 de septiembre de 2021

Steven Weinberg
PLANTAR CARA (I)
Barcelona, 2003, Paidós.




"Nuestro trabajo. aunque estamos encantados si tiene alguna utilidad, no está dirigido en particular hacia la utilidad. Tampoco hemos elegido los problemas en los que estamos trabajando porque sean divertidos o matemáticamente interesantes. […] Pero eso no es todo lo que hay. Nosotros, y quiero decir la comunidad de físicos de partículas elementales y aquellos de las disciplinas relacionadas de la cosmología y la astrofísica, tenemos un objetivo histórico en mente. El objetivo es la formulación de unos pocos principios simples que expliquen por qué todo es como es. Éste ese el sueño de Newton, y es nuestro sueño." (p. 47)

“Pero aunque nuestros valores puedan ser sistemáticos, hemos de vivir con el hecho de que en el fondo, en nuestros postulados de valor, no respondemos a ningún imperativo cósmico, sino que más bien inventamos valores para nosotros mismos sobre la marcha.” (p. 58)
Irene Vallejo
EL INFINITO EN UN JUNCO
Madrid, 2021, Siruela.



“Mientras sostenía aquel delicado pergamino entre las manos enguantadas para no dañarlo, pensé en la crueldad. Igual que en nuestra época las crías de foca mueren a bastonazos sobre la nieve para que podamos arrebujarnos en cálidos abrigos de pieles, también los manuscritos más lujosos del medievo exigían considerables dosis de sadismo. Existieron ejemplares bellísimos fabricados con pieles de color blanco profundo y textura sedosa, llamadas «vitelas», que procedían de crías recién nacidas o incluso de embriones abortados en el seno de su madre. Imagino los gemidos de los animales y su sangre derramada durante siglos para que las palabras del pasado hayan llegado hasta nosotros. Detrás del exquisito trabajo del pergamino y la tinta se esconden, como hermanos gemelos rechazados, la piel herida y la sangre —la barbarie que acecha en los ángulos ciegos de la civilización—. Preferimos ignorar que el progreso y la belleza incluyen dolor y violencia. En consonancia con esa extraña contradicción humana, muchos de esos libros han servido para difundir por el mundo torrentes de palabras sabias sobre el amor, la bondad y la compasión.  
   Un gran manuscrito podía causar la muerte de un rebaño entero. De hecho, hoy no habría animales suficientes en el mundo para la descomunal matanza que exigirían nuestras publicaciones. Según los cálculos del historiador Peter Watson, si suponemos que cada piel ocupara un área de medio metro cuadrado, un libro de ciento cincuenta páginas exigiría el sacrificio de entre diez y doce animales. Otros expertos asignan cientos de pieles a un solo ejemplar de la biblia de Gutenberg. Producir copias en pergamino de una obra, que era la única forma de favorecer su supervivencia, suponía un gasto enorme, al alcance de muy pocos. No es extraño que poseer un libro, incluso un ejemplar corriente, fuera durante largo tiempo privilegio exclusivo de nobles y órdenes religiosas. En una biblia del siglo XIII, el escriba, agobiado por la escasez de material, anota al margen: «Oh, si el cielo fuera de pergamino y el mar fuera de tinta».” (p. 84-85)


Alan Isler
FE DE ERRATAS (III)
Madrid, 2003, Akal.


“Dios se ha convertido en un asunto un tanto bochornoso, un tigre de papel, un coco con el que asustar a los niños. Si hoy en día tenemos fe en algo, es en el mal universal, una fe dura, sólo para adultos. Miramos a nuestro alrededor y vemos un mundo infestado de maldad, un mundo en el que el poder es necesariamente corrupto y la humanidad se ve necesariamente degradada. Sabemos, además, que no hay nada que podamos hacer. La creencia en el mal universal nos libra de la desesperación. Una vez más, somos capaces de percibir un horizonte último de sentido en tanto que especie, y eso, después de todo, era lo que anhelábamos. Con la fe en el mal universal e ineluctable recuperamos parte de lo que la humanidad perdió con la desaparición del Dios del ámbito de nuestras vidas cotidianas. Ahora que somos adultos podemos reconocer que vivimos en la peor y más caótica de las épocas posibles, que todo se ha hecho añicos, que se ha esfumado toda coherencia, que el miedo y no el cielo gobierna nuestras vidas y que la esperanza es el más cruel de los numerosos escarnios que hemos venido a sufrir a este mundo. A veces pienso que las únicas palabras veraces del Nuevo Testamento son: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Los antiguos creían que la historia se dividía en cuatro Edades: Oro, Plata, Bronce y Hierro. El mundo lleva mucho tiempo en la Edad de Hierro, que además, como subrayó el poeta Donne «está oxidado». Lo que esta nueva fe nos ofrece es una certeza epistemológica, sentimos en lo más hondo de nuestro ser que estamos en lo cierto.” (p. 153)


 


Eduardo Haro Tecglen
EL NIÑO REPUBLICANO (II)
Madrid, 1996, Alfaguara.


“Con ciento dieciocho conflictos causando víctimas todos los días, con las páginas de sucesos repletas de resultados criminales de los odios personales —incluso los de la relación directa odio-amor— no podemos presumir de que nuestro tiempo sea diferente de ningún otro. Al revés, si hemos producido un gran movimiento de disolución de un odio antiguo que era intrínsecamente el de capitalismo y el comunismo pero externamente el de los buenos y los malos, el de los despiadados y de los inocentes, el de los justos y los injustos (visto desde el lado que se mirara, sustituyendo únicamente nombres propios o geográficos), nos las hemos arreglado para tener inmediatamente después un nuevo enemigo, también con nombre propio pero, al mismo tiempo, con la acusación de fanatismo, de naturaleza criminal, de civilización odiosa. Y antigua, naturalmente.

   Quizá, en efecto, sea necesario, y más antiguo que el amor; y vaya a durar más que el amor, que algunos dicen que se extingue en su relación con lo material. Un factor de progreso. Pero cuesta bastante admitirlo dentro de uno mismo. (…) Odios de familias, de razas, de personas; odio incluso mezclado al amor, sentimiento ambivalente por una persona que, al mismo tiempo que nos completa, nos aliena... Sabios, filósofos, psicólogos, no saben si es un instinto o algo aprendido; ni si es una fuerza que impulsa el progreso hacia adelante o, por el contrario, lo congela...” (pp. 335-336)

Alan Isler
FE DE ERRATAS (II)
Madrid, 2003, Akal.


“Los católicos –tal y como los protestantes bien saben en los abismos freudianos de sus entrañas– son los cristianos originales, los auténticos cristianos (si prescindimos de los fundadores judíos del siglo I, naturalmente). ¡Por el amor de Dios, durante un milenio y medio fueron los católicos los que manejaron el cotarro! De ahí que los protestantes siempre hayan matado a los católicos con inquietud, con una cierta sensación de traición mientras que los católicos matan protestantes con total confianza en su Señor.” (p. 71)
[Las cursivas pertenecen al texto.]

Eduardo Haro Tecglen
EL NIÑO REPUBLICANO (I)
Madrid, 1996, Alfaguara.




“Al verano se le está dando un valor de libertad. Es una idea nórdica, como la mayor parte de las que nos configuran hoy: el frío es una opresión para el cuerpo, una dictadura de la que nos libra periódicamente el verano. Se piensa mucho en el cuerpo, y es una de las características actuales de esta civilización nórdica, que no hace mucho creía en la libertad por el espíritu.  
   Basta con observar las formas de la belleza. Años atrás se buscaba la blancura, la transparencia de la piel, cuidada por tocados, velos y sombrillas; la fragilidad, la levedad física. Incluso se definía con ello una superioridad: la sangre azul era el signo de quienes dejaban trasparecer sus venas -tan azules como las de todo el mundo- como contraste frente a quienes tenían la piel espesa, rugosa y rojiza por el trabajo al aire libre. Se veraneaba en el norte, donde hubiera menos exposición al sol. Ahora se producen las migraciones al sur y el sol, hacia el bronceado y el deporte, hacia el clima libre. Los grandes grupos sociales que han conseguido, en un trabajo de siglos, huir del campo, la montaña y el mar, y construir ciudades y casas resguardadas, y lugares de reunión íntimos y cerrados, se lanzan al regreso hacia aquello de lo que huyeron sus antepasados. Se cambia de piel.” (p. 93)

Alan Isler
FE DE ERRATAS (I)
Madrid, 2003, Akal.


“Bastien y yo estábamos entreteniendo al grupo con historias de nuestro paso por el orfanato y de cómo experimentamos la crueldad de aquellas monjas en nuestras propias carnes. Y sin duda «crueldad» es la palabra que mejor describe su forma de ser, o tal vez «sadismo». Aquellas viejas amargadas castigaban brutalmente a los niños indefensos como si fuera una especie de contrapartida al erial en que se habían convertido sus propias vidas. Nos apaleaban sin piedad, nos humillaban ante nuestros compañeros, nos hacían pasar sed para que no mojásemos nuestras camas y nos tenían mal vestidos para que no olvidáramos los sufrimientos de Nuestro Salvador.
(…)
–Entraban por la noche en el dormitorio –dijo Bastien– y si te pillaban durmiendo con las manos en algún lugar que no fuera encima del pecho y bien cruzadas, te despertaban de un zarandeo y luego te pegaban en las palmas. Me acuerdo sobre todo de la hermana Angélique, la de la mancha en la piel y los ojos tristones, que empleaba una caña de bambú de un metro de largo y no paraba hasta que te sangraban las manos.
   Twombly, que era pálido y delgado y que, aunque todavía no era calvo, ya apuntaba una suerte de tonsura natural, frunció los labios y nos enseñó por un momento su perfecta dentadura americana.
–Al menos –dijo– aprendisteis pronto a mantener las manos alejadas de los genitales.
–Nosotros tal vez sí –dije yo– pero eso no mantuvo las manos del padre Damien alejadas de nuestros genitales.” (pp. 57-58)

jueves, 23 de septiembre de 2021

Pablo Palacio
DÉBORA y UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS
La Puebla de Cazalla, 2012, Barataria.



“Epaminondas, así debió llamarse el obrero, al ver en tierra a aquel pícaro, consideró que era muy poco castigo un puntapié, y le propinó dos más, espléndidos y maravillosos en el género, sobre la larga nariz que le provocaba como una salchicha.
   ¡Cómo debieron sonar esos maravillosos puntapiés!
   Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!
   Así:


¡Chaj!

                { con un gran espacio sabroso. 

¡Chaj!

    Y después: ¡cómo se encarnizaría Epaminondas, agitado por el instinto de perversidad que hace que los asesinos acribillen sus víctimas a puñaladas! ¡Ese instinto que presiona algunos dedos inocentes cada vez más, por puro juego, sobre los cuellos de los amigos hasta que queden amoratados y con los ojos encendidos!

    ¡Como batiría la suela del zapato de Epaminondas sobre la nariz de Octavio Ramírez!

¡Chaj!
¡Chaj! { vertiginosamente,

¡Chaj!

    en tanto que mil lucecitas, como agujas, cosían las tinieblas.” (pp. 83-84)

[Las negritas y las llaves pertenecen al texto.]

viernes, 10 de septiembre de 2021

Amos Oz
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD (III)
Madrid, 2002, Siruela.



“En Israel había entonces una discusión cargada de histeria sobre si el Estado debía o no reclamar y aceptar de Alemania indemnizaciones por la pérdida de los bienes de los judíos asesinados en la época de Hitler. Algunos estaban de acuerdo con David Ben Gurión en que no se podía permitir que los asesinos fueran además herederos, y consideraban justo que los bienes judíos usurpados por los alemanes volvieran íntegramente al Estado de Israel y se permitiera acoger a los supervivientes del exterminio. Por el contrario otros, con Menahen Begin, el líder de la oposición, a la cabeza, opinaban con dolor y rabia que era un crimen moral y una profanación a la memoria de los asesinados que el país de las víctimas fuera a vender a los alemanes un cómodo perdón a cambio de un beneficio económico impuro.” (p. 690)

Miguel Ángel Cabrera
DESPUÉS DEL ETNOCENTRISMO
Madrid, 2020, Postmetropolis.


“La adopción de un enfoque ontológico implica, asimismo, que se ha de abandonar la noción de creencia y, por tanto, que la tarea del análisis no consiste en tratar de comprender las creencias del otro como si estas remitieran a un mundo objetivo único. Según el giro ontológico, la subjetividad humana no es un conjunto de creencias sobre el mundo, sino el efecto de una forma de concebir este. Los seres humanos no simplemente tienen creencias sobre la realidad, sino también supuestos implícitos sobre cómo ésta es y funciona y, por consiguiente, no creen en algo, sino que creen que algo es. No simplemente creen, por ejemplo, que existe dios, la naturaleza humana y el progreso histórico, sino que consideran que estos son esencias constitutivas del mundo. O por ejemplo, los modernos no simplemente creen en los derechos humanos naturales, sino en que estos son inherentes al hecho de ser un humano (razón por la cual llegaron a creer en esos derechos). Dios, naturaleza humana, progreso histórico y derechos naturales son categorías ontológicas sin las cuales las respectivas creencias subjetivas no serían concebibles ni posibles. Por tanto, no existe tal cosa como creencias sobre el mundo que puedan ser tomadas como objeto de análisis. Lo único que puede ser objeto de análisis son los procesos de objetivación que subyacen a las creencias.” (p. 144) 



 

Amos Oz
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD (II)
Madrid, 2002, Siruela.



“Mi madre llevaba una vida solitaria, casi siempre estaba encerrada en casa. Aparte de sus amigas Lilenka, Esterke y Fania Weissman, que habían coincidido con ella en el instituto Tarbut de Rovno, mi madre no encontró en Jerusalén ninguna razón de ser: los lugares santos y los famosos enclaves antiguos no le gustaban. Las sinagogas, las escuelas rabínicas, las iglesias, los monasterios y las mezquitas le parecían lugares casi idénticos, malolientes, con ese agrio olor corporal de hombres fanáticos que se lavan muy de vez en cuando. Hasta bajo una espesa nube de incienso, su sensible nariz captaba con repulsión los efluvios de los cuerpos sin lavar.
   Mi padre tampoco sentía ningún afecto por la religión: los sacerdotes de todas las confesiones le parecían algo dudosos, ignorantes, instigadores de antiguos odios, propagadores del miedo, falsificadores de sermones engañosos y derramadores de lágrimas de cocodrilo, mercaderes de falsos objetos sagrados, de aparentes antigüedades, de todo tipo de creencias banales y prejuicios. De alguna manera todos los «hombres santos» que vivían de la religión le hacían sospechar toda clase de engañosas maquinaciones. Solía citar con satisfacción a Heinrich Heine, que afirmó que tanto el rabino como el cura huelen mal (según la versión suavizada de mi padre: «¡Ninguno de ellos huele bien! ¡Y por supuesto tampoco el gran mufti musulmán Haj Amin, el amigo de los nazis!»” (pp. 362-363)

[Amin al-Husayni fue un destacado lider palestino, famoso por colaborar con Hitler durante la II Guerra Mundial.]
Ernest Gellner
CULTURA, IDENTIDAD Y POLÍTICA
Barcelona, 2019, Gedisa.



“El pasado es como un país extranjero; allí hacen las cosas diferentemente. Pero no es sólo como un país extranjero. Si uno lo piensa bien es también un país oculto e innacesible. Uno puede conocerlo sólo por las marcas que ha dejado en el presente. Pero ¿cómo sabe uno que esas marcas que esas marcas se relacionan realmente con el pasado? Para establecer que existe verdaderamente esa relación habría necesitaría tener uno ante sí tanto el pasado como sus marcas en el presente, a fin de poder verificar u congruencia. Pero, como debemos admitirlo, sólo tenemos las marcas en el presente. Como eso es todo cuanto tenemos, nunca podemos verificar realmente si la conexión es pertinente. El pasado es pues algo oculto e inaccesible para siempre.” (pp. 70-71)
[La frase inicial “El pasado es como un país extranjero; allí hacen las cosas diferentemente”, en inglés “The past is a foreign country: they do things differently there.”, es original de la novela The Go-Between, de L. P. Hartley. Las cursivas pertenecen al texto.]
Amos Oz
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD (I)
Madrid, 2002, Siruela.


“Una vez el tío Yosef me dijo algo así: «Querido, seguro que en el colegio te enseñan a detestar a ese judío trágico y extraordinario, pero espero que no te enseñen a escupir cuando pases delante de su imagen o de su cruz. Querido, cuando crezcas, a pesar de lo que digan tus maestros, lee el Nuevo Testamento y te darás cuenta de que ese hombre era carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, una especie de tzadik o de 'taumaturgo', era un soñador carente de cualquier conciencia política, pero a pesar de todo tendrá un lugar en el panteón de los grandes de Israel, junto a Baruch Spinoza, quien también fue anatemizado y también merece que le retiremos el anatema: y desde aquí, desde la Jerusalén renovada, debemos alzar a voz y decirles a Jesús y a Baruch Spinoza: '¡Eres nuestro hermano, eres nuestro hermano!'. Y debes saber que los acusadores no son más que judíos del pasado, cortos de miras y con escasa inteligencia, como topos en sus madrigueras. Y tú, cariño, para no ser como ellos debes leer buenos libros, ¡lee y sigue leyendo!»” (p. 95)