viernes, 24 de septiembre de 2021

Alan Isler
FE DE ERRATAS (I)
Madrid, 2003, Akal.


“Bastien y yo estábamos entreteniendo al grupo con historias de nuestro paso por el orfanato y de cómo experimentamos la crueldad de aquellas monjas en nuestras propias carnes. Y sin duda «crueldad» es la palabra que mejor describe su forma de ser, o tal vez «sadismo». Aquellas viejas amargadas castigaban brutalmente a los niños indefensos como si fuera una especie de contrapartida al erial en que se habían convertido sus propias vidas. Nos apaleaban sin piedad, nos humillaban ante nuestros compañeros, nos hacían pasar sed para que no mojásemos nuestras camas y nos tenían mal vestidos para que no olvidáramos los sufrimientos de Nuestro Salvador.
(…)
–Entraban por la noche en el dormitorio –dijo Bastien– y si te pillaban durmiendo con las manos en algún lugar que no fuera encima del pecho y bien cruzadas, te despertaban de un zarandeo y luego te pegaban en las palmas. Me acuerdo sobre todo de la hermana Angélique, la de la mancha en la piel y los ojos tristones, que empleaba una caña de bambú de un metro de largo y no paraba hasta que te sangraban las manos.
   Twombly, que era pálido y delgado y que, aunque todavía no era calvo, ya apuntaba una suerte de tonsura natural, frunció los labios y nos enseñó por un momento su perfecta dentadura americana.
–Al menos –dijo– aprendisteis pronto a mantener las manos alejadas de los genitales.
–Nosotros tal vez sí –dije yo– pero eso no mantuvo las manos del padre Damien alejadas de nuestros genitales.” (pp. 57-58)