viernes, 24 de septiembre de 2021

Eduardo Haro Tecglen
EL NIÑO REPUBLICANO (I)
Madrid, 1996, Alfaguara.




“Al verano se le está dando un valor de libertad. Es una idea nórdica, como la mayor parte de las que nos configuran hoy: el frío es una opresión para el cuerpo, una dictadura de la que nos libra periódicamente el verano. Se piensa mucho en el cuerpo, y es una de las características actuales de esta civilización nórdica, que no hace mucho creía en la libertad por el espíritu.  
   Basta con observar las formas de la belleza. Años atrás se buscaba la blancura, la transparencia de la piel, cuidada por tocados, velos y sombrillas; la fragilidad, la levedad física. Incluso se definía con ello una superioridad: la sangre azul era el signo de quienes dejaban trasparecer sus venas -tan azules como las de todo el mundo- como contraste frente a quienes tenían la piel espesa, rugosa y rojiza por el trabajo al aire libre. Se veraneaba en el norte, donde hubiera menos exposición al sol. Ahora se producen las migraciones al sur y el sol, hacia el bronceado y el deporte, hacia el clima libre. Los grandes grupos sociales que han conseguido, en un trabajo de siglos, huir del campo, la montaña y el mar, y construir ciudades y casas resguardadas, y lugares de reunión íntimos y cerrados, se lanzan al regreso hacia aquello de lo que huyeron sus antepasados. Se cambia de piel.” (p. 93)