jueves, 23 de septiembre de 2021

Pablo Palacio
DÉBORA y UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS
La Puebla de Cazalla, 2012, Barataria.



“Epaminondas, así debió llamarse el obrero, al ver en tierra a aquel pícaro, consideró que era muy poco castigo un puntapié, y le propinó dos más, espléndidos y maravillosos en el género, sobre la larga nariz que le provocaba como una salchicha.
   ¡Cómo debieron sonar esos maravillosos puntapiés!
   Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!
   Así:


¡Chaj!

                { con un gran espacio sabroso. 

¡Chaj!

    Y después: ¡cómo se encarnizaría Epaminondas, agitado por el instinto de perversidad que hace que los asesinos acribillen sus víctimas a puñaladas! ¡Ese instinto que presiona algunos dedos inocentes cada vez más, por puro juego, sobre los cuellos de los amigos hasta que queden amoratados y con los ojos encendidos!

    ¡Como batiría la suela del zapato de Epaminondas sobre la nariz de Octavio Ramírez!

¡Chaj!
¡Chaj! { vertiginosamente,

¡Chaj!

    en tanto que mil lucecitas, como agujas, cosían las tinieblas.” (pp. 83-84)

[Las negritas y las llaves pertenecen al texto.]