viernes, 10 de septiembre de 2021

Amos Oz
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD (II)
Madrid, 2002, Siruela.



“Mi madre llevaba una vida solitaria, casi siempre estaba encerrada en casa. Aparte de sus amigas Lilenka, Esterke y Fania Weissman, que habían coincidido con ella en el instituto Tarbut de Rovno, mi madre no encontró en Jerusalén ninguna razón de ser: los lugares santos y los famosos enclaves antiguos no le gustaban. Las sinagogas, las escuelas rabínicas, las iglesias, los monasterios y las mezquitas le parecían lugares casi idénticos, malolientes, con ese agrio olor corporal de hombres fanáticos que se lavan muy de vez en cuando. Hasta bajo una espesa nube de incienso, su sensible nariz captaba con repulsión los efluvios de los cuerpos sin lavar.
   Mi padre tampoco sentía ningún afecto por la religión: los sacerdotes de todas las confesiones le parecían algo dudosos, ignorantes, instigadores de antiguos odios, propagadores del miedo, falsificadores de sermones engañosos y derramadores de lágrimas de cocodrilo, mercaderes de falsos objetos sagrados, de aparentes antigüedades, de todo tipo de creencias banales y prejuicios. De alguna manera todos los «hombres santos» que vivían de la religión le hacían sospechar toda clase de engañosas maquinaciones. Solía citar con satisfacción a Heinrich Heine, que afirmó que tanto el rabino como el cura huelen mal (según la versión suavizada de mi padre: «¡Ninguno de ellos huele bien! ¡Y por supuesto tampoco el gran mufti musulmán Haj Amin, el amigo de los nazis!»” (pp. 362-363)

[Amin al-Husayni fue un destacado lider palestino, famoso por colaborar con Hitler durante la II Guerra Mundial.]