lunes, 19 de marzo de 2012


Wenceslao Fernández Flórez
EL BOSQUE ANIMADO
Madrid, 2007, Espasa-Calpe.


“Los árboles ejercitan distracciones, tan inocentes como ellos mismos, que no conocen el mal. Especialmente les gusta cantar, y cantan en coro las pocas canciones que han logrado componer. Como todas las plantas, aman intensamente el agua y a ensalzarla dedican sus mejores sinfonías, que son dos y las podéis oír en todos los bosques del mundo: una imita el ruido de la lluvia sobre el ramaje y la otra copia el rumor de un mar lejano. Alguna vez, en la penumbra de una arboleda, os habrá sorprendido el son de un aguacero que, distante al principio, va acercándose hasta pasar sobre vuestra cabeza; miráis el cielo por los intersticios del verdor, y está limpio y azul: ni una gota desciende a humedecer la tierra, pero el sonido continúa y se aleja y vuelve... (...) Otras veces se hace audible en el bosque el fragor -muy remoto- de un mar embravecido, el rodar de las olas desmelenadas y su choque sonoro contra los arrecifes. Juraríais que el océano abre sus llanuras poco más allá de la floresta, y, sin embargo, os separan de él muchos kilómetros; pero los pinos rodenos que viven en los acantilados han aprendido su canción y se la enseñaron a los demás árboles. Tan bien la saben que no falta ni el silbido del viento en las cuerdas de los navíos ni el correr del agua por la playa, que evoca el rasgarse de una tela sedosa.” (pp. 44-45)

“Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito.” (p. 249)