Antonio Orejudo
FABULOSAS NARRACIONES POR
HISTORIAS
Barcelona, 2007, Tusquets.
“La conferencia, todo hay que
decirlo, fue aburridísima, letal. A Unamuno le traían al fresco todas esas
teorías modernas sobre los límites de la atención humana. Él jamás se había
preocupado de ser ameno; de algún modo consideraba que su propia presencia
despertaba ya la atención. Su charla duró hora y media, y al final las mayor
parte de los asistentes estaba cabeceando porque Unamuno sería Unamuno, pero
hora y media sobre la madre española también era hora y media sobre la madre
española. Al final de la charla, se abrió un turno de preguntas, que despertó a
los asistentes. ¿Usted qué piensa, don Miguel, de tal cosa? ¿Qué opina usted,
don Miguel, de tal otra? Y así, todos; ya se sabe cómo son estas cosas. Todo
transcurría por su cauce hasta que levantó la mano un muchacho, que tenía me
acuerdo perfectamente un parche en el ojo, y le hizo, literalmente, esta
pregunta:
<<Maestro, ¿es verdad eso que
dicen de que su madre, q.e.p.d., sólo experimentaba placer cuando, después de
hacer mucha fuerza, por fin conseguía expulsar el chorizo de caca entero, como
una seda, sin que el esfínter lo cortara con una contracción refleja?>>.
Yo creo que todos sentimos lo mismo: una especie de vahído, como si no
nos cupiera en la cabeza que esto pudiera suceder. Don Miguel se levantó y se
fue hacia él. Nadie lo detuvo, no sé por qué; bueno, sí sé por qué: porque era
don Miguel de Unamuno y a ver quién era el guapo que le cortaba el paso. Se
dirigió hacia el tipo de la pregunta y le arreó un bofetón de aquí te espero.
Acto seguido se marchó sin decir esta boca es mía.” (p. 152)