domingo, 1 de abril de 2012

José Enrique Rodó
EL CAMINO DE PAROS
Valencia, 1919, Editorial Cervantes.


“Allá, en lo hondo del alma de cada uno, duermen las tendidas aguas de la memoria. Sólo un rayo de luz cae sobre esas agua sombrías; sólo en mínima parte aparecen a la claridad de la conciencia; pero su capacidad es insondable, e indefinida su aptitud de revelar lo que más íntimo guardan. Cuanto ha pasado una vez por los sentidos, cuanto ha brotado de operación interior, cuanto ha tenido ser en la mente, deja por bajo de ella un rastro de su peso, capaz de revivir otra vez, y convertirse en representación actual y luminosa. No ya lo que la conciencia alumbró claramente cuando su presentación primera; no ya lo que labró hondo surco en la atención o la sensibilidad; sino aun lo vislumbrado, lo apenas advertido, lo semi-ignorado, lo visto al pasar, lo que en un punto mismo es y se disipa, desciende a aquel abismo de la memoria latente, y yace en esa profundidad jamás colmada. De esta manera, líneas, colores, sonidos, armonías, palabras, ideas, emociones, duermen en el inmenso depósito, comparable al caos donde está en potencia una creación y guardan su turno para resurgir, ya como recuerdo concreto, ya como imagen no referida a lo pasado, si logran el favor de un pensamiento que tienda hasta ellos el hilo de una asociación eficaz, y los levante al círculo de lo consciente. Cuanto más vario y copioso sea ese íntimo museo en el alma del artista, cuanto más se le acrezca por la experiencia, y se le haga accesible y dócil a las artes evocadoras de la asociación, tanto más fácil será la inventiva del artista, y más fecunda.” (pp. 10-11)