jueves, 26 de noviembre de 2020

Oliver Sacks
DESPERTARES (I)
Barcelona, 2005, Anagrama.



“En julio de 1971 la señora B., que no era dada a tener «corazonadas» y gozaba por aquel entonces de buena salud, tuvo una súbita premonición de que iba a morirse, tan clara y perentoria, que telefoneó a sus hijas. «Ven a verme», le dijo a cada una de ellas. «Mañana será tarde […] No, me encuentro perfectamente […] No hay nada que me preocupe, pero sé que me moriré esta noche, mientras duerma».
   Su tono era sereno y objetivo, y carecía por completo de excitación. Resultaba tan convincente, que empezamos a preocuparnos, y le hicimos análisis de sangre, cardiogramas y otras pruebas, que dieron resultados normales en todos los casos. A la caída de aquella tarde la señora B. recorrió el pabellón, con una dignidad que cortaba en seco cualquier comentario irónico, y les dijo «¡Adiós!», al mismo tiempo que les estrechaba la mano, a todos los presentes. Se fue a dormir, y murió, efectivamente, aquella noche.” (p. 114)

“A los treinta y cinco años la señora Y. estaba virtualmente paralizada, era incapaz de hablar, y se hallaba sumida en un estado de profundo alejamiento de cuanto la rodeaba. Su marido y sus hijos estaban angustiados y se sentían impotentes, pues no sabían adónde acudir para remediar la situación. Fue la propia señora Y. quien, finalmente, decidió que sería mejor para todos que ingresara en el hospital. «Esto no tiene remedio. No hay otra solución», les dijo.
   Ingresó en el Monte Carmelo a los treinta y seis años. El carácter de irrevocabilidad que parecía llevar consigo la hospitalización destrozó la moral y la coherencia de su marido y sus hijos. Su esposo fue a visitarla dos veces al hospital, y encontró la experiencia insoportable; no volvió por allí, y acabó divorciándose de ella. Su hija contrajo una psicosis aguda, y hubo que recluirla en un manicomio del estado. Y su hijo huyó de casa camino de «algún lugar del Oeste». La familia Y. dejó, pues, de existir.” (pp. 140-141)