Tim O'Brien
LAS COSAS QUE LLEVABAN LOS HOMBRES QUE LUCHARON (III)
Barcelona, 2022, Anagrama.
“Psicología: eso era algo que yo conocía. No tratas de asustar a la gente a plena luz. Esperas. Porque la oscuridad te aprieta dentro de ti mismo, quedas apartado del mundo externo, la imaginación toma el mando. Eso es psicología básica. Había hecho bastantes guardias nocturnas como para saber que el factor del miedo se multiplica cuando estás sentado allí hora tras hora, sin nadie con quien hablar, sin nada que hacer salvo mirar el gran agujero negro en el centro de tu propia alma preocupada. Las horas pasan y pierdes el giroscopio; tu mente empieza a vagar. Piensas en armarios oscuros, en dementes, en asesinos bajo la cama, en todos los miedos infantiles. Brujas y duendes y gigantes. Tratas de bloquearlo, pero no puedes. Ves fantasmas. Parpadeas y sacudes la cabeza. ¡Chorradas!, te dices. Pero después recuerdas a los hombres que murieron: Curt Lemon, Kiowa, Ted Lavender, media docena más cuyas caras ya no puedes ver con nitidez. Y pronto empiezas a meditar en las historias que oíste sobre la magia de Charlie. Aquella vez en que unos tipos acorralaron a dos vietcong en un túnel sin salida, ciego, pero cuando el túnel fue abierto y revisado no se encontró nada salvo un montón de ratas muertas. Cien historias. Fantasmas que limpiaban un pelotón entero de marines en veinte segundos, ni uno más. Fantasmas que se alzaban de entre los muertos. Fantasmas detrás de ti y frente a ti y dentro de ti. Después de un tiempo, cuando la noche avanza, sientes un zumbido extraño en los oídos. Los sonidos pequeños aumentan y se distorsionan. Los grillos hablan en código; la noche adquiere un curioso timbre electrónico. Retienes el aliento. Te enroscas y tensas los músculos y escuchas, con los nudillos endurecidos, el pulso latiéndote en la cabeza. Oyes que los espectros se ríen. No es broma: se ríen. Te yergues de golpe, quedas congelado, miras la oscuridad con los ojos entrecerrados. No es nada, sin embargo. Pones el arma en tiro automático. Te agachas más y cuentas las granadas y te aseguras de que el seguro esté a punto para lanzamiento rápido y aspiras el aire profundamente y escuchas y tratas de no perder la calma. Y después, cuando pasa el tiempo suficiente, las cosas empiezan a ir mal.” (pp. 223-224)