Manuel Vilas
ORDESA (II)
Barcelona, 2018, Alfaguara.
“Mi madre veía la mano del diablo en su adversidad cotidiana. Muchas veces decía: «El diablo está en esta casa», cuando buscaba algo y no lo encontraba. Y concluía gritando: «Imposible que el diablo no esté en esta casa». Y buscaba algo que tenía delante, pero que no sabía ver. Yo he heredado el mismo principio de demencia. Busco cosas que están delante de mí, como un libro o una carta o un cuchillo o una toalla o unos calcetines o un papel de un banco, y no las sé ver. Mi madre estaba convencida de que el demonio le escondía las cosas, que el demonio era el culpable de los pequeños contratiempos. Ella vivía todos esos accidentes domésticos con intensidad de loca. Y yo soy ella ahora, y el demonio no es otra cosa que una degeneración neuronal hereditaria que toca el nervio óptico y se transforma en oleadas de conexiones químicas apagadas o titubeantes, y en ese deterioro eléctrico de la transmisión de la realidad se incuban las bacterias de la psicosis, y la forma orgánica de la voluntad se pudre en una masa de órdenes ajenas al mundo social y me convierto en un museo de sequedad, de silencio, de soledad, de suicidio, de sordera y de sufrimiento.
Para mi madre y para mí, la vida no tenía o no tiene argumento.
No está pasando nada.” (p. 58)
ORDESA (II)
Barcelona, 2018, Alfaguara.
“Mi madre veía la mano del diablo en su adversidad cotidiana. Muchas veces decía: «El diablo está en esta casa», cuando buscaba algo y no lo encontraba. Y concluía gritando: «Imposible que el diablo no esté en esta casa». Y buscaba algo que tenía delante, pero que no sabía ver. Yo he heredado el mismo principio de demencia. Busco cosas que están delante de mí, como un libro o una carta o un cuchillo o una toalla o unos calcetines o un papel de un banco, y no las sé ver. Mi madre estaba convencida de que el demonio le escondía las cosas, que el demonio era el culpable de los pequeños contratiempos. Ella vivía todos esos accidentes domésticos con intensidad de loca. Y yo soy ella ahora, y el demonio no es otra cosa que una degeneración neuronal hereditaria que toca el nervio óptico y se transforma en oleadas de conexiones químicas apagadas o titubeantes, y en ese deterioro eléctrico de la transmisión de la realidad se incuban las bacterias de la psicosis, y la forma orgánica de la voluntad se pudre en una masa de órdenes ajenas al mundo social y me convierto en un museo de sequedad, de silencio, de soledad, de suicidio, de sordera y de sufrimiento.
Para mi madre y para mí, la vida no tenía o no tiene argumento.
No está pasando nada.” (p. 58)