martes, 7 de enero de 2020

Desmond Morris
EL MONO DESNUDO (III)
Barcelona, 1975, Plaza & Janés.


“Otra tendencia, más importante, nació del simple cuidado de la piel; me refiero a la cuestión médica. Otras especies han avanzado poco en este aspecto; en cambio, en el caso del mono desnudo la evolución de la práctica médica, a partir del comportamiento de aseo social, ha tenido una influencia enorme en el floreciente desarrollo de la especie, particularmente en los tiempos más recientes. En nuestros más próximos parientes, los chimpancés, podemos ya observar el inicio de esta tendencia. Además del cuidado general de la piel y del aseo mutuo, se ha podido observar que el chimpancé cura las leves lesiones físicas de sus compañeros. Examinan cuidadosamente las pequeñas llagas y heridas y las lamen hasta dejarlas limpias. Extraen astillas, pellizcando con los dedos índices la piel del camarada. En una ocasión, una hembra chimpancé, que tenía una carbonilla en el ojo izquierdo, se acercó a un macho, temblando y dando muestras de evidente desazón. El macho se sentó, la examinó cuidadosamente y después extrajo la carbonilla con gran cuidado y precisión, empleando los pulpejos de un dedo de cada mano. Esto es más que simple aseo. Es la primera señal de un verdadero cuidado médico cooperativo. Pero, en los chimpancés, el incidente descrito equivale a su expresión en el grado máximo. En cambio, en nuestra especie, con el incremento de la inteligencia y del sentido de colaboración, esta clase de aseo especializado tenía que ser el punto de partida de una importante tecnología de ayuda mutua física. El mundo médico actual ha alcanzado una condición de tal complejidad que se ha convertido, socialmente hablando, en la principal expresión de nuestro comportamiento animal de bienestar. Partiendo de la cura de trastornos leves, ha llegado a enfrentarse con las más graves enfermedades y con los peores daños corporales. Como fenómeno biológico, sus logros son extraordinarios; pero, al hacerse racional, sus elementos irracionales han sido en cierto modo desestimados.” (p. 174)

“Algunos optimistas opinan que, dado el alto nivel de inteligencia que hemos alcanzado y nuestras grandes dotes de invención, seremos capaces de resolver favorablemente cualquier situación; que somos tan dúctiles que podemos amoldar nuestra vida a las nuevas exigencias de nuestro veloz desarrollo como especie; que, cuando llegue el momento, sabremos solventar los problemas de la superpoblación, de la tensión, de la pérdida de nuestra intimidad y de nuestra independencia de acción; que reharemos nuestras normas de comportamiento y viviremos como hormigas gigantes; que controlaremos nuestros sentimientos agresivos y territoriales, nuestros impulsos sexuales y nuestras tendencias parentales; que si hemos de convertirnos en monos diminutos, lograremos hacerlo; que nuestra inteligencia puede dominar todos nuestros básicos impulsos biológicos. Yo presumo que todo esto son monsergas. Nuestra cruda naturaleza animal no lo permitirá nunca.” (p. 201)