John Barth
EL PLANTADOR DE TABACO
Madrid, 2013, Sexto Piso.
EL PLANTADOR DE TABACO
Madrid, 2013, Sexto Piso.
“Hace un momento me preguntabais qué clase de comercio es ser poeta y qué trabajo se le puede ofrecer a quien lo es. A modo de respuesta, señor, con vuestra venia, permitidme que os pregunte: ¿Hubiera tenido el mundo noticia alguna de Agamenón, o del fiero Aquiles, o del ingenioso Odiseo, o del cornudo Menelao, o del circo, todo lleno de griegos y troyanos que se iban pavoneando por ahí, de no ser porque el gran Homero habló de ellos en verso? ¿Cuántas batallas de mayor importancia creéis vos que se han perdido en el polvo de la historia por falta de un poeta que las cantara para la posteridad? Son muchísimas las Elenas que florecen cada primavera y acaban olvidadas, en poder de los gusanos; mas basta con que un Homero las pinte sirviéndose del cosmético grandioso de su astro, entonces su belleza hará hervir la sangre a veinte siglos de generaciones. ¿En qué descansa la grandeza del príncipe, os pregunto? ¿En las hazañas que libra en el campo de batalla o en las que libra en el blando lecho del amor? Pues bien, ¡no hace falta más que una generación para que todo quede olvidado por siempre jamás! No; yo sostengo que no depende la grandeza de los hechos, sino de la relación de los mismos. ¿Y quién ha de referirlos? El historiador, no, pues aunque tenga la endemoniada precisión de saber con exactitud cuántos hoplitas acompañaban a Epaminondas cuando sacudieron a los espartanos en Leuctra, o cuál era el nombre de pila del barbero de Carlomagno, nadie lo lee más que sus colegas cronistas y sus discípulos (los unos por envidia, los otros por obligación). Pero limitaos a dejar hechos y protagonista en manos del poeta, ¿qué pasa entonces? Miradlo: enderézase la nariz torcida, el cuerpo entero llénase de carne, el mal francés tórnase rasguño; hechos oscuros pierden la costra que los priva de brillo y relumbran esplendorosos; al tiempo, todo cobra una musicalidad armoniosamente rimada, donde se pone freno al engreimiento, y la métrica cobra vida, de modo que se fija en la memoria, como «Greensleeves» y nos conmueve el corazón, como las Escrituras.” (pp. 137-138)