martes, 29 de diciembre de 2015



Glenn Greenwald
SIN UN LUGAR DONDE ESCONDERSE
Edward Snowden, la NSA y el estado de vigilancia de los Estados Unidos.

Barcelona, 2014, Edciones B.



"Desde la época en que internet empezó a utilizarse ampliamente, muchos han detectado su extraordinario potencial: la capacidad para liberar a centenares de millones de personas democratizando el discurso político e igualando el campo de juego entre los poderosos y los carentes de poder. La libertad en internet -la capacidad de usar la red sin restricciones institucionales, control social o estatal, ni miedo generalizado- es fundamental para el cumplimiento de esa promesa. Por tanto, convertir internet en un sistema de vigilancia destruye su potencial básico. Peor aún, transforma la red en un instrumento de represión, lo cual amenaza con crear el arma más extrema y opresora de la intrusión estatal que haya visto la historia humana.” (p. 17)
 
“El problema no es la hipocresía de quienes menosprecian el valor de la privacidad al tiempo que protegen a fondo la propia, aun siendo algo llamativo, sino que el deseo de privacidad es algo común a todos, una parte esencial, no secundaria, de lo que significa ser humano. Todos entendemos por instinto que el terreno privado es donde podemos actuar, pensar, hablar, escribir, experimentar y decidir cómo queremos ser al margen del escrutinio ajeno. La privacidad es una condición fundamental para ser una persona libre." (p. 215)

“La distinción pertinente no es entre los periodistas que tienen opiniones y los que no las tienen, categoría que no existe, sino entre los periodistas que revelan sinceramente sus opiniones y quienes las ocultan pretendiendo no tener ninguna.
   La misma idea de que los reporteros deben carecer de opiniones dista mucho de ser un requisito tradicional de la profesión; de hecho, es una invención relativamente nueva que tiene el efecto, si no la intención, de neutralizar el periodismo.” (p. 283)


Thomas Bernhard
EL ORIGEN (II)
Barcelona, 2001, Anagrama.
 


“Continuamente advertido por mi abuelo de que no debía dejarme impresionar ni por uno de esos embrutecimientos (el nacionalsocialista) ni por el otro (el católico), jamás estuve siquiera en peligro de padecer ese debilitamiento del carácter y del espíritu, aunque fue de lo más difícil en una atmósfera totalmente descompuesta y envenenada por los dos como la de Salzburgo y, especialmente la de un internado como el de la Schrannengasse. Tampoco el cuerpo de Cristo, sumido y consumido cada día y, por lo tanto, aproximadamente trescientas veces al año, era nada distinto del llamado homenaje cotidiano a Adolf Hitler, en cualquier caso, yo tenía la impresión, con independencia de que se tratase de dos magnitudes totalmente distintas, de que el ceremonial era, en sus intenciones y efectos, el mismo. Y mi sospecha de que, en el trato con Jesucristo, se trataba de lo mismo que un año o que medio año antes sólo con Adolf Hitler se vio pronto confirmada. Si examinamos los cánticos y los coros que se cantan a fin de glorificar y honrar a alguna de las llamadas personalidades extraordinarias, sea la que fuere, como los cantábamos en la época nazi y como los cantamos después de la época nazi en el internado, tendremos que reconocer que son siempre los mismos textos, si bien con palabras algo diferentes, pero son siempre los mismos textos con la misma música siempre y, en conjunto, todos esos cánticos y coros no son más que la expresión de la tontería y de la vileza y de la falta de carácter de los que cantan esos cánticos y coros con esos textos, es siempre sólo el aturdimiento el que canta esos cantos y coros, y ese aturdimiento es un aturdimiento general, mundial. Y los crímenes de educación, tal como se cometen por todas partes, en todo el mundo, en los establecimientos de enseñanza, con los que deben ser educados, se cometen siempre en nombre de alguna de esas personalidades extraordinarias, ya se llame esa personalidad extraordinaria Hitler o Jesús y así sucesivamente. En nombre del cantado, del glorificado, se producen esos crímenes capitales contra los adolescentes, y una y otra vez habrá esas personalidades extraordinarias cantadas y glorificadas, cualquiera que sea su naturaleza, y esos crímenes capitales de educación cometidos contra la humanidad adolescente, educación que, sean cuales fueren sus consecuencias sólo puede ser siempre, por naturaleza, un crimen capital.” (pp. 93-95)

“Mis recuerdos más hermosos son esos paseos con mi abuelo, caminatas de horas en medio de la Naturaleza, y las observaciones hechas en esas caminatas, que él supo desarrollar en mí poco a poco, convirtiéndolas en un arte de la observación. Atento a todo lo que mi abuelo me mostraba y demostraba, tengo que considerar esa época con mi abuelo como la única escuela útil y decisiva para toda mi vida, porque fue él y nadie más quien me enseñó la vida y me hizo conocer la vida, al hacerme conocer antes que nada la Naturaleza.” (pp. 108-109)







Jon Krakauer
MAL DE ALTURA (II)
Madrid, 2015, Desnivel.



“La bibliografía sobre el Everest abunda en relatos de experiencias alucinatorias atribuibles a la hipoxia y la fatiga. En 1993 el célebre escalador inglés Frank Smythe observó «dos curiosos objetos flotando en el cielo», estando a 8.400 metros de altitud: «Uno tenía unas alas mal desarrolladas, y el otro una protuberancia que recordaba un pico. Aunque permanecían inmóviles en el cielo, parecían vibrar lentamente». En 1980, durante su ascensión en solitario, Messner creyó escalar en compañía de un compañero invisible. Paulatinamente, yo mismo me di cuenta de que había caído en un extravío similar, y la sensación de ir alejándome de la realidad me llenó de fascinación y de horror.
   Había sobrepasado hasta tal punto el umbral de la extenuación que incluso experimentaba un claro distanciamiento de mi cuerpo, como si estuviera viéndome descender unos metros más arriba. Imaginé que iba vestido con un cárdigan verde y calzado con zapatos de charol, y pese a que con el vendaval la temperatura había caído a 50 grados bajo cero, notaba un calorcillo extraño e inquietante.” (pp. 171-172)

“Siempre he sabido que escalar montañas era una empresa muy arriesgada. Aceptaba que el peligro era una parte esencial del deporte; sin ese valor añadido, la escalada no difería demasiado de otras muchas diversiones. Resultaba estimulante rozar el enigma de la mortalidad, atisbar en sus fronteras prohibidas. Escalar era algo estupendo, a mi modo de ver, y no pese a sus peligros intrínsecos, sino precisamente por ellos.” (p. 231)

“De los seis alpinistas del grupo de Hall que llegamos a la cima, sólo Mike Groom y yo bajamos sanos y salvos: cuatro compañeros de equipo, con los que había reído, vomitado y mantenido largas conversaciones, perdieron la vida. Mi intervención —o la falta de ella— desempeñó un papel decisivo en la muerte de Andy Harris. Y mientras Yasuko Namba agonizaba en el collado Sur, yo estaba a trescientos cincuenta metros de allí, acurrucado en una tienda, ajeno a sus sufrimientos y preocupado únicamente por mi supervivencia. La mancha que ello ha dejado en mi conciencia no es algo que pueda borrarse con unos meses de aflicción y remordimiento.
   Finalmente me decidí a confiar mis inquietudes a Klev Schoening, cuya casa no quedaba lejos de la mía. Klev dijo que también él se sentía muy desgraciado por la pérdida de tantas vidas, pero que, a diferencia de mí, no experimentaba la «culpa del superviviente». «Aquella noche, en el collado —me explicó—, hice lo imposible por salvarme a mí mismo y a los que estaban conmigo. Cuando conseguimos llegar a las tiendas, ya no podía más. Tenía una córnea congelada y estaba casi ciego, hipotérmico, deliraba, temblaba sin poder remediarlo. Fue terrible perder a Yasuko, pero he hecho las paces conmigo mismo porque sé a ciencia cierta que no pude hacer nada más para salvarla. No deberías ser tan duro contigo mismo. La tormenta fue terrible. En el estado en que te encontrabas, ¿qué podrías haber hecho por Yasuko?».
   Tal vez nada, admití. Pero nunca estaré del todo seguro. Y la envidiable paz de que habla Schoening, a mí se me escapa.” (p. 232)
Thomas Bernhard
EL ORIGEN (I)
Barcelona, 2001, Anagrama.



“Todo en esa ciudad está en contra de lo creador y, aunque se afirme lo contrario cada vez más y con vehemencia cada vez mayor, la hipocresía es su fundamento, y su mayor pasión la falta de espíritu, y dondequiera que la fantasía se atreva a mostrarse siquiera en ella, es extirpada. Salzburgo es una fachada pérfida, en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad, y detrás de la cual lo (o el) creador tiene que atrofiarse y pervertirse y morirse lentamente. Mi ciudad de origen es en realidad una enfermedad mortal, con la que sus habitantes nacen o a la que son arrastrados y, si en el momento decisivo no se van, se suicidan súbitamente, directa o indirectamente, antes o después, en esas condiciones espantosas, o perecen directa o indirectamente, lenta y miserablemente, en ese suelo de muerte, arquitectónico-arzobispal-embrutecido-nacionalsocialista-católico, y en el fondo totalmente enemigo del ser humano. ” (pp. 16-17)

“La historia de su muerte tuvo también, además, una culminación triste y al mismo tiempo ridícula, pero característica de esa ciudad y sus dirigentes y sus habitantes: durante diez días estuvo mi abuelo expuesto en el cementerio de Maxglan, pero el párroco de Maxglan denegó su inhumación porque mi abuelo no estaba casado por la Iglesia, la mujer que dejaba, mi abuela, y su hijo hicieron todo lo humanamente posible para conseguir su inhumación en el cementerio de Maxglan, que era el que correspondía a mi abuelo, pero no se permitió su inhumación en el cementerio de Maxglan, en el que mi abuelo había deseado ser inhumado. Y tampoco ningún otro cementerio, salvo el cementerio comunal que mi abuelo, sin embargo, aborrecía, aceptó a mi abuelo, ninguno de los cementerios católicos de la ciudad, porque mi abuela y su hijo fueron a todos los cementerios y pidieron permiso para que mi abuelo pudiera ser aceptado e inhumado en alguno de esos cementerios, pero mi abuelo no fue aceptado ni por uno solo de esos cementerios, porque no estaba casado por la Iglesia. ¡Y eso en 1949! Sólo cuando mi tío, su hijo, fue a ver al arzobispo y le dijo que le dejaría a él, el arzobispo, delante de las puertas del palacio, el cadáver de su padre, mi abuelo, ya en avanzado estado de descomposición, porque no lo aceptaban en ningún cementerio católico de la ciudad y porque la verdad era que no sabía adónde ir con el cadáver de su padre, dio el arzobispo permiso para inhumar a mi abuelo en el cementerio de Maxglan.” (pp. 55-56)

[Las cursivas pertenecen al texto.]

“Nunca me causó placer practicar ninguna clase de deporte, la verdad es que siempre he odiado el deporte y sigo odiando el deporte todavía hoy. Siempre se ha atribuido al deporte, en todas las épocas y, sobre todo, por todos los gobiernos, por sus buenas razones, la mayor importancia, el deporte divierte y ofusca y atonta a las masas, y sobre todo las dictaduras saben por qué están siempre y en cualquier caso a favor del deporte. Quien está a favor del deporte tiene a las masas de su lado, quien está a favor de la cultura, las tiene en contra, decía mi abuelo, y por eso todos los gobiernos están siempre a favor del deporte y en contra de la cultura. Como toda dictadura, también la nacionalsocialista se hizo poderosa y casi dominó al mundo por el deporte de masas. En todos los Estados las masas han sido conducidas con andadores, en todas las épocas, por medio del deporte, no puede haber un Estado tan pequeño ni tan insignificante que no lo sacrifique todo por el deporte.” (p. 68)
[La cursiva pertenece al texto.]

“Ahora estaba yo en el Johanneum, ésa era la nueva denominación del viejo edificio que, en el tiempo que yo había pasado con mis abuelos, había sido habilitado otra vez y, como nacionalsocialista, convertido en severamente católico, en los escasos meses de la posguerra, el edificio había dejado de ser el, así llamado, Hogar Escolar Nacionalsocialista para convertirse en el severamente católico Johanneum, y yo era uno de los pocos del Johanneum que había estado ya en el Hogar Escolar Nacionalsocialista, y ahora iba al instituto y no ya a la escuela primaria, la llamada Andräschule, y en lugar de Grünkranz, que había desaparecido y probablemente había sido encarcelado por su pasado nacionalsocialista y a quien, en cualquier caso, no vi más, un sacerdote católico que era el Director, al que nos dirigíamos siempre sólo como Tío Franz, había asumido el poder sobre nosotros. Otro sacerdote de unos cuarenta años ayudaba al Tío Franz en calidad de Prefecto, y ese Prefecto, que hablaba en alemán relamido, había recogido al estilo católico la herencia del nacionalsocialista Grünkranz, era tan temido y odiado como Grünkranz y, probablemente, era un personaje que nos repelía igual a todos.” (pp. 82-83)
[Las cursivas pertenecen al texto.]
Jon Krakauer
MAL DE ALTURA (I)
Madrid, 2015, Desnivel.



“Algunas de las mismas personas que me aconsejaban no escribir con prisas me habían advertido anteriormente que no fuera al Everest. Había muchas y buenas razones para rechazar el encargo, pero subir al Everest es un acto intrínsecamente irracional, un triunfo del deseo sobre la cordura. Cualquier persona que se lo plantee en serio es, casi por definición, ajena a la influencia de lo razonable.” (p. 13)

“A los veintitantos años, la escalada se había convertido en el centro de mi existencia, excluyendo casi todo lo demás. Alcanzar la cima de una montaña era algo tangible, inmutable, concreto. Los peligros intrínsecos del alpinismo daban a esa actividad un rigor de propósito, del que carecía el resto de mi vida. Me emocionaba ante la mera perspectiva que suponía forzar constantemente una existencia por lo demás vulgar.
   Escalar daba asimismo un sentido de clan. Ser escalador significaba formar parte de una sociedad rabiosamente idealista e independiente, que pasaba inadvertida y era del todo ajena a la corrupción del mundo en general.
   La cultura montañera se caracterizaba por una competencia feroz y un machismo sin ambages, pero la mayoría de los escaladores sólo querían impresionarse los unos a los otros. Llegar a la cima de una montaña se consideraba mucho menos importante que la manera de conseguirlo: para ganar prestigio había que ser muy temerario, atacar las rutas más brutales con el mínimo equipo posible. Nadie era tan admirado como el visionario que ascendía absolutamente solo, sin cuerda ni pertrechos.” (p. 32)

“El edema cerebral producido por las grandes altitudes es menos común que el edema pulmonar causado por el mismo motivo, pero puede ser aún más letal. El edema cerebral, que puede presentarse sin previo aviso, se produce cuando los vasos sanguíneos del cerebro, faltos de oxígeno, empiezan a rezumar y provocan una grave hinchazón cerebral. A medida que aumenta la presión en el cráneo, la habilidad mental y motriz se deteriora con alarmante rapidez —normalmente en el plazo de unas pocas horas—, y a menudo sin que la víctima note ningún cambio. El siguiente paso es el coma y luego, a menos que el afectado sea evacuado rápidamente a una altitud inferior, la muerte.” (pp. 128-129)

martes, 22 de diciembre de 2015


Kenneth Grahame
EL VIENTO EN LOS SAUCES (II)
Madrid, 1985, Altea.



“La línea del horizonte se dibujaba dura y clara sobre el cielo, y en un punto determinado su perfil negro contrastaba con una naciente fosforescencia plateada que ascendía e iba ganando en intensidad. Por fin, rebasando el borde de la tierra, se alzó la luna, lenta y majestuosa, hasta despegarse por entero del horizonte y flotar en el cielo libre de amarras.” (p. 12; segunda parte)

“-Y ahora -decía con suave acento-, tomo de nuevo el camino, siempre con rumbo suroeste, durante muchos días polvorientos e interminables; hasta que al final arribe a la ciudad costera pequeñita y gris que tan bien conozco, agarrada a lo largo de una escarpada ladera del puerto. A través de oscuros portillos, se distinguen allí tramos de escaleras de piedra que descienden, bajo grandes penachos de valeriana roja, y vienen a dar a una parcela de centelleante agua azul. Las barquichuelas que descansan en ella, amarradas a las argollas y estacas del viejo dique, están pintadas de vivos colores como los de los juegos de mi infancia; el salmón brinca en la pleamar, bancos de caballa juguetean, entre relámpagos de plata, frente a las playas y los muelles, y por las ventanas cruzan silenciosos los grandes navíos que arriban a puerto o salen a lata mar. Por allí, más tarde o más temprano, pasan los barcos de todas las naciones navegantes, y de allí zarpará la nave de mi elección en la hora señalada por el destino. Me tomaré tiempo, sabré esperar con paciencia, hasta que al fin esté aguardándome la que me conviene, y la remolquen hasta la bocana, con toda su carga, apuntando el bauprés a mar abierto. Yo me deslizaré a bordo en algún bote o trepando por la maroma, y una mañana me despertaré con los cánticos y el trajín de los marineros, el resonar del cabrestante y el de la cadena del áncora al ser recogida. Izaremos el foque y el trinquete, dejaremos atrás lentamente las casitas blancas del puerto a medida que el barco cobra impulso... ¡y el viaje habrá comenzado! Según avanza hacia el promontorio que cierra la bahía, la nave se irá vistiendo el lienzo de las velas; y luego, una vez en mar abierta, ¡el sonoro embate de los grandes piélagos verdes, escorada la nave al viento, rumbo al Sur!” (pp. 84-85; segunda parte)

domingo, 20 de diciembre de 2015


Umberto Eco
NÚMERO CERO
Barcelona, 2015, Penguin Random House.



"Los perdedores, como los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una sola cosa y no perder el tiempo en sabértelas todas. El placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas." (p. 20)

“¿Lo ven? Ya sé que se ha pontificado mucho sobre el hecho de que los periódicos escriben siempre obrero del sur agrede a compañero de trabajo y jamás obrero del norte agrede a compañero de trabajo; vale, vale, se trata de racismo, pero imaginen ustedes una página en la que se dijera: obrero de Cuneo, etcétera, etcétera; jubilado de Venecia mata a la mujer; quiosquero de Bolonia se suicida; albañil genovés firma un cheque sin fondos; ¿qué puede importarle al lector dónde ha nacido toda esa gente? Mientras que si estamos hablando de un obrero calabrés, de un jubilado de Matera, de un quiosquero de Foggia y de un albañil palermitano, entonces se crea preocupación en torno a la criminalidad del sur y eso hace noticia… Estamos en un periódico que se publica en Milán, no en Catania, y debemos tener en cuenta la sensibilidad de un lector milanés. Fíjense que hacer noticia es una buena expresión, la noticia la hacemos nosotros, y hay que saber hacerla ver entre líneas.” (pp. 59-60)








Charles R. Darwin
DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO (III)
Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2005, Espasa Calpe.


“Todos los aborígenes habían sido transportados a una isla en el estrecho de Bass; de modo que Tasmania posee la gran ventaja de haberse liberado de la población indígena. Parece que esa determinación inhumana llegó a ser del todo inevitable, como único medio de poner coto a los robos, incendios y asesinatos, que los negros perpetraban en sucesión interminable, y que a la corta o a la larga habían de mover a los blancos a exterminarlos. Mucho recelo que esa serie de crímenes y sus consecuencias no tuvieran su origen en la infame conducta de algunos de nuestros compatriotas. Treinta años es un período muy corto para desterrar hasta el último indígena de su país natal, y mucho más en el caso de una isla aproximada mente tan grande como Irlanda.” (p. 450)

“El 19 de agosto dejamos, finalmente, las costas del Brasil. Doy gracias a Dios porque nunca he de volver a visitar un país de esclavos. Hasta el día de hoy, siempre que llega a mis oídos algún lamento lejano, recuerdo con honda pena lo que sentí al pasar junto a una casa de Pernambuco y oír los gritos más desgarradores, proferidos, según colegí, pues no era posible otra cosa, por un pobre esclavo sometido a tormento, a pesar de lo cual me reconocí tan impotente para protestar contra proceder tan inhumano como si fuera un niño de pocos años. Sospeché que aquellos alaridos procedían de un esclavo torturado, porque esa es la explicación que me dieron en un caso análogo. Cerca de Río Janeiro viví frente por frente de la casa de una señora anciana que oprimía con tornillos los dedos de sus esclavas. En la residencia donde me hospedé había un mulato encargado del servicio, al que cada día y cada hora se insultaba, golpeaba y perseguía en términos tales, que la bestia más abyecta no hubiera podido resistir otro tanto. He visto descargar terribles latigazos sobre la cabeza descubierta de un muchachito de seis a siete años (antes de que yo pudiera intervenir), por haberme alargado un vaso de agua poco limpia; y al padre de ese niño le he visto temblar con sólo mirarle su amo. Estas últimas crueldades han sido presenciadas por mí en una colonia española, donde, según es fama, se trata a los esclavos mejor que entre los portugueses, ingleses y otros europeos.” (p. 499)

“Considerando el estado presente, es imposible no concebir grandes esperanzas en el progreso futuro de casi todo un hemisferio. Los adelantos alcanzados mediante la predicación del cristianismo en todo el mar del Sur constituyen por sí solos un hecho memorable que vivirá en los fastos de la Historia. Es tanto más notable cuando recordamos que hace solamente sesenta años, Cook, cuyo excelente juicio nadie discute, no acertó a predecir el advenimiento de grandes cambios. Esos cambios, sin embargo, se han efectuado por el filantrópico espíritu de la nación británica. Me refiero a Australia, que en la misma región del Globo se está elevando, o más bien se ha elevado, a la categoría de un gran centro de civilización, que en época no muy lejana imperará sobre todo el hemisferio meridional. Un inglés no puede menos de contemplar esas colonias distantes con alta estima y satisfacción. Enarbolar la bandera británica parece sentar una base infalible de riqueza, prosperidad y civilización.” (p. 505)

Kenneth Grahame
EL VIENTO EN LOS SAUCES (I)
Madrid, 1985, Altea.



“Y abandonando la corriente principal, entraron en un paraje que a primera vista parecía un pequeño lago sin salida alguna. Verde césped descendía en suave declive hasta sus orillas; pardas y serpentinas raíces de árbol brillaban bajo la superficie del agua inmóvil; mientras que allí mismo, frente a ellos, el lomo plateado y la espumosa caída de una presa, del brazo de una inquieta y goteante rueda de molino, que a su vez sustentaba una aceña de tejados grises, llenaban el aire de un rumor sedante, sordo y monótono, pero con claras vocecillas que de él salían y hablaban alegremente a ratos. Era tan extraordinariamente hermoso que el Topo no acertó a hacer otra cosa que alzar las manos al cielo y exclamar con voz entrecortada: «¡Madre mía! ¡Madre mía! ¡Madre mía!».” (pp. 17-18; primera parte)
 
“Entretanto la Rata, caliente y confortable, dormitaba en su casa a la vera del fuego. Su papel de versos a medio acabar se deslizó de su rodilla al suelo, se le venció hacia atrás su cabeza, se le quedó entreabierta la boca y empezó a divagar por las floridas márgenes de los ríos del sueño. Luego se desprendió un tizón, crepitó el fuego, haciendo brotar una llamaradita, y la Rata se despertó sobresaltada.” (pp. 70-71; primera parte)

“Al tiempo que apresuraba el paso, saboreando por anticipado el momento de llegar de nuevo a casa y hallarse entre las cosas que conocía y amaba, el Topo vio claramente que él era un animal de campiña y seto vivo, vinculado al surco que abre el labrador, a los pastizales concurridos por el ganado, al camino de las morosas andanzas vespertinas, a la huerta y el bancal.” (p. 114; primera parte)

“La mayor parte de las ventanas, bajas y con reja, tenían abiertas las cortinas, y, para los mirones de fuera, los inquilinos, congregados en torno a la mesa de la merienda, absortos en labores manuales o entregados a animados coloquios con risas y gesticulaciones, tenían todos esa bendita gracia que es lo último que el actor profesional aprende a imitar: la gracia natural inherente al perfecto desconocimiento de ser observados.” (pp. 118-119; primera parte)
Charles R. Darwin
DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO (II)
Pozuelo de Alarcón (madrid), 2003, Espasa Calpe.


“Poco después del choque se vio una gran ola que, desde la distancia de tres o cuatro millas, avanzaba hacia la bahía con un perfil alisado, y todo a lo largo de la costa arrancó de cuajo viviendas y árboles, mientras seguía su camino con arrollador empuje. Al fondo de la bahía se desató en una espantosa línea de blancos rompientes, que subieron a la altura de 23 pies verticales sobre las mayores mareas del equinoccio. Su fuerza debió de ser prodigiosa, porque en el fuerte hizo retroceder 15 pies un cañón con su cureña, cuyo peso se calculaba en cuatro toneladas. Una goleta fue trasladada en medio de las ruinas, a unos 200 metros de la playa. A la primera ola siguieron otras dos, que en su retirada barrieron una infinidad de objetos, que quedando flotando. En cierto sitio de la bahía esas olas levantaron en alto una embarcación y la sacaron a tierra, dejándola en seco; la llevaron nuevamente, para volver a arrojarla a la playa, y por fin la arrastraron al mar. En otra parte, dos grandes navíos que estaban anclados uno junto a otro dieron vueltas todo alrededor, y sus cables se engancharon y retorcieron por tres veces; aunque tenían las áncoras a 36 pies de profundidad, estuvieron tocando el fondo por algunos minutos. La gran ola debió de avanzar lentamente, porque los habitantes de Talcahuano tuvieron tiempo de huir a las alturas allende la ciudad. Algunos marineros bogaron en un bote hacia el mar, confiando en que si alcanzaban la crecida antes de romper, navegarían con toda seguridad sobre ella, y así sucedió, por fortuna. Una anciana con un muchacho de cuatro o cinco años corrió a meterse en un bote; pero no habiendo quien remara, la pequeña embarcación se estrelló contra un ancla y se partió en dos; la vieja se ahogó, pero el muchacho fue recogido algunas horas después agarrado a una tabla.” (p. 320)

“La mula me parece el animal más sorprendente. Que un híbrido posea más razón, memoria, obstinación, afección social, resistencia y longevidad que a sus padres, parece indicar que el arte ha superado aquí a la Naturaleza.” (p. 329)

“Además de estas causas evidentes de despoblación, parece intervenir algún agente misterioso. Donde pone la planta el europeo, la muerte suele perseguir al indígena. Si tendemos la mirada por la gran extensión de las Américas, Polinesia, el Cabo de Buena Esperanza y Australia, hallaremos el mismo resultado. Y no es sólo el blanco el que actúa como agente destructor (…) Al parecer, las variedades de la especie humana se comportan entre sí como las diferentes especies de animales: el más fuerte extirpa siempre al más débil.” (p. 439)

lunes, 14 de diciembre de 2015

Daniel Tammet
LA POESÍA DE LOS NÚMEROS
Barcelona, 2015, Blackie Books.



“Como sucede en la mayoría de las lenguas aborígenes, los guugu yimithir [pueblo aborigen de Queensland, Australia] disponen solo de un puñado de palabras para referirse a los números: nubuun (uno), gudhirra (dos) y guunduu (tres o más). La misma lengua, sin embargo, les permite situarse geométricamente en su espacio. Un extenso catálogo de términos orientativos permite a sus mentes reconocer de manera intuitiva el norte magnético, el sur, el este y el oeste, con lo que desarrollan un extraordinario sentido de la orientación. Así, por ejemplo, un hombre de los guugu yimithir no dice: «Tienes una hormiga sobre la pierna derecha», sino más bien: «Tienes una hormiga sobre la pierna sudeste». O bien, en vez de decir: «Mueve el libro un poco para atrás», ese mismo hombre diría: «Mueve un poco el libro hacia el noroeste».” (p. 37)

“A diferencia de la diabetes o del pelo rizado, la pobreza rara vez salta una generación. El saldo bancario de los padres a menudo es mucho más determinante que la sangre en el destino del niño. Las madres rubias a veces engendran niños morenos; los hombres altos no siempre tiene profesionales del baloncesto entre sus descendientes; pero más de noventa veces sobre cien, los pobres dan a luz a otros pobres.” (p. 191)

“El economista y matemático Vilfredo Pareto fue el primero en observar, a finales del siglo XIX, que un veinte por ciento de los italianos estaba en posesión del ochenta por ciento de la riqueza nacional, y encontró resultados casi idénticos cuando analizó los datos históricos de otros muchos países de Europa. Así, descubrió que la distribución de la riqueza en París apenas había cambiado desde 1292. Investigaciones posteriores han corroborado sus observaciones.
   Dado que la mayoría de los hombres y mujeres, por carecer de recursos, se quedan en lo más bajo del escalafón, la élite, al no existir competencia, permanece en lo más alto. Los más pobres consagran sus energías a subsistir.” (p. 197)

“Pienso en esa historia, quizá apócrifa, del pintor que, irritado tras muchos intentos fallidos de reflejar un detalle en un retrato, lanzó con hastío la esponja contra el caballete y consiguió así el efecto deseado. O en aquella otra del impresor que, sin quererlo, le valió a Herman Melville infinidad de alabanzas por la expresión «pez mancillado», cuando este, a propósito de una anguila, había querido escribir «pez enrollado sobre sí mismo» (soiled fish – coiled fish).” (p. 214)
[Las cursivas pertenecen al texto.]

domingo, 6 de diciembre de 2015


Carlo Levi
CRISTO SE DETUVO EN ÉBOLI
Madrid, 2005, Gadir.



“Si alguna vez aquellos hombres sin Estado, los campesinos de Lucania, hubieran podido tenerlo, su verdadera capital no habría sido Roma ni Nápoles, sino Nueva York y ya lo era de la única forma posible para ellos: la mitológica. Por su doble naturaleza, como lugar de trabajo era indiferente: se vivía en ella como se viviría en otro lugar, como animales uncidos a un carro, y daba igual en qué dirección se debiera tirar; como paraíso, Jerusalén celestial, ¡oh!, entonces no se podía tocarla, sólo contemplarla allende el mar, sin mezclarse con ella. Los campesinos iban a América y seguían siendo lo que eran: muchos se quedaban y sus hijos seguían siendo americanos, pero los otros, los que regresaban, al cabo de veinte años, eran idénticos a cuando se habían marchado. En tres meses habían olvidado las pocas palabras de inglés aprendidas, habían abandonado las pocas costumbres superficiales y seguían siendo los campesinos de antes, como unas piedras por encima de las cuales hubiera pasado durante mucho tiempo el agua de un río en crecida y que el primer sol en pocos minutos volviese a secar. En América vivían aparte, entre ellos: no participaban en la vida de aquel país, seguían comiendo pan durante años, como en Gagliano, y ahorraban los poco dólares que podían; estaban cerca del paraíso, pero ni siquiera se les ocurrían entrar en él.” (p. 144)

“Los Estados, las teocracias, los ejércitos organizados son, naturalmente, más fuertes que el pueblo disperso de los campesinos, razón por la cual éstos deben resignarse a ser dominados, pero no pueden sentir como propias las glorias ni las empresas de aquella civilización, radicalmente enemiga suya. Las únicas guerras que les llegan al corazón son aquellas en que ellos han combatido para defenderse contra dicha civilización, contra la Historia y los Estados, la teocracia y los ejércitos. Son las guerras reñidas bajo sus propios estandartes, sin orden militar, sin arte y sin esperanza: guerras infelices y destinadas siempre a la derrota, feroces, desesperadas e incomprensibles para los historiadores.” (p. 160)

“Todos aquellos niños tenían algo singular: tenían algo del animal y algo del hombre adulto, como si, con el nacimiento, hubieran recogido, ya listo, un fardo de paciencia y obscura conciencia del dolor. Sus juegos no eran los habituales de los niños humildes de las ciudades, semejantes en todos los países: los duendes eran sus únicos compañeros. Eran cerrados, sabían callar y, bajo la ingenuidad infantil, había la impenetrabilidad del campesino, desdeñosa de imposibles comodidades, el pudor campesino, que al menos defiende el alma en un mundo desolado.” (p. 251)

“El viento de la rebelión soplaba sobre el pueblo. Los habían herido en su profundo sentido de la justicia y aquella gente dócil, resignada y pasiva, impenetrable a las razones de la política y a las teorías de los partidos, sentía renacer dentro de sí el alma de los bandidos. Así eran siempre las violentas y efímeras explosiones de esos hombre contendidos; un resentimiento antiquísimo y potente afloraba por un motivo humano y prendían fuego a las casetas de abastos y los cuarteles de los carabineros y degollaban a los señores; por un momento, nacía una ferocidad española, una libertad atroz y sanguinaria. Después iban a la cárcel, indiferentes, como quien ha desahogado en un instante lo que esperaba desde hacía siglos.” (p.265)

Karl Polanyi
LA GRAN TRANSFORMACIÓN
Madrid, 1989, La Piqueta.
 


“La tesis defendida aquí es que la idea de un mercado que se regula a sí mismo era una idea puramente utópica. Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto. Inevitablemente la sociedad adoptó medidas para protegerse, pero todas ellas comprometían la autorregulación del mercado, desorganizaban la vida industrial y exponían así a la sociedad a otros peligros. Justamente este dilema obligó al sistema de mercado a seguir en su desarrollo un determinado rumbo y acabó por romper la organización social que estaba basada en él.” (p. 26)

“Todo lo dicho nos conduce a formular la tesis que trataremos de probar: los orígenes del cataclismo, que conoció su cénit en la Segunda Guerra mundial, residen en el proyecto utópico del liberalismo económico consistente en crear un sistema de mercado autorregulador. Esta tesis permite, a mi juicio, delimitar y comprender ese sistema de poderes casi míticos que supone, ni más ni menos, el equilibrio entre las potencias, el patrón-oro y el Estado Liberal; en suma, esos pilares fundamentales de la civilización del siglo XIX, se erigían todos sobre el mismo basamento, adoptaban, en definitiva, la forma que les proporcionaba una única matriz común: el mercado autorregulador.
    Esta afirmación puede parecer excesiva e incluso chocante por su grosero materialismo. Pero la particularidad de la civilización a cuyo derrumbe hemos asistido era precisamente que reposaba sobre cimientos económicos. Otras sociedades y otras civilizaciones se vieron también limitadas por las condiciones materiales de existencia: es un rasgo común a toda vida humana -en realidad a toda vida, sea ésta religiosa o no, materialista o espiritualista-. Todos los tipos de sociedades están sometidos a factores económicos. Pero únicamente la civilización del siglo XIX fue económica en un sentido diferente y específico, ya que optó por fundarse sobre un móvil, el de la ganancia, cuya validez es muy raramente conocida en la historia de las sociedades humanas: de hecho nunca con anterioridad este rasgo había sido elevado al rango de justificación de la acción y del comportamiento en la vida cotidiana. El sistema de mercado autorregulador deriva exclusivamente de este principio.” (p. 65)

[La cursiva pertenece al texto.]  

“Muchas veces el ritmo del cambio tiene más importancia que su dirección, aunque también es frecuente que en aquellas ocasiones en que ésta no depende de nuestra voluntad se pueda, sin embargo, regular el ritmo de las transformaciones que se están produciendo.
    La creencia en el progreso espontáneo nos hace necesariamente incapaces de percibir el papel del gobierno en la vida económica, que consiste frecuentemente en modificar la velocidad del cambio, acelerándolo o frenándolo, según los casos. Si consideramos que ese ritmo es inalterable -o, aún peor, si pensamos que constituye un sacrilegio modificarlo- entonces ya no hay lugar para ningún tipo de intervención.” (pp. 74-75)

“En una economía de mercado el dinero constituye también un elemento esencial de la vida industrial y su inclusión en el mecanismo del mercado tiene, como veremos, consecuencias institucionales de gran alcance. El trabajo no es, sin embargo, ni más ni menos que los propios seres humanos que forman la sociedad; y la tierra no es más que el medio natural en el que cada sociedad existe. Incluir al trabajo y a la tierra entre los mecanismos del mercado supone subordinar a las leyes del mercado la sustancia misma de la sociedad.” (p. 126)

“Asuntos puramente económicos, por ejemplo los que se refieren a la satisfacción de las necesidades, tienen infinitamente menos relación con el comportamiento de clase que las cuestiones de prestigio social. (...) Pero los intereses de una clase están íntimamente vinculados de modo directo al prestigio y al rango, al status y a la seguridad, es decir, no son primordialmente económicos sino sociales.” (p. 251)


“Separar el trabajo de las otras actividades de la vida y someterlo a las leyes del mercado equivaldría a aniquilar todas las formas orgánicas de la existencia y a reemplazarlas por un tipo de organización diferente, atomizada e individual.
    Este plan de destrucción se llevó a cabo mediante la aplicación del principio de la libertad de contrato. Es como si en un momento dado se decidiese en la práctica que las organizaciones no contractuales fundadas en el parentesco, la vecindad, el oficio o las creencias, debían ser liquidadas, puesto que exigían la sumisión del individuo y limitaban por tanto su libertad. Presentar este principio como una medida de no injerencia, como sostenían comúnmente los partidarios de la economía liberal, equivalía a expresar pura y llanamente un prejuicio enraizado en un tipo muy particular de injerencia, a saber, la que destruye las relaciones no contractuales entre individuos y les impide organizarse espontáneamente.” (p. 266)
Charles R. Darwin
DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO (I)
Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2003, Espasa Calpe.



“Este sitio es célebre por haber servido de refugio durante largo tiempo a ciertos esclavos fugitivos, que cultivando un pequeño terreno en las cercanías de la cima lograban sacar lo necesario para su subsistencia. Con el tiempo fueron descubiertos, y, habiendo enviado un piquete de soldados, todos fueron hechos prisioneros, excepto una vieja, que, antes de volver a la esclavitud, prefirió arrojarse a un precipicio desde lo alto de la montaña, quedando hecha pedazos. En una matrona romana, este rasgo se hubiera llamado el noble amor a la libertad; en una pobre negra, se califica de brutal obstinación.” (p. 46)

“Mientras estábamos en esta finca faltó poco para que fuera testigo de uno de estos actos atroces que sólo pueden ocurrir en un país de esclavos. Con motivo de una querella y un pleito el amo estuvo a punto de separar todas las mujeres y niños de los esclavos varones y venderlos en Río en pública subasta. Si esta enormidad no se realizó fue porque lo impidió el interés, y no el menor sentimiento de piedad. Realmente, no creo que al amo le pasara por las mientes que era inhumano separar a 30 familias después de haber vivido juntas por muchos años. Y, no obstante, aseguro, a fe de hombre veraz, que en sentimientos humanitarios y afectuosos aventajaba al común de los hombres. Cabe pues afirmar que la codicia y el egoísmo producen en la inteligencia la ceguera más absoluta.” (pp. 50-51)

“Santa Fe es una pequeña ciudad tranquila, en la que reinan la limpieza y el orden. El gobernador, López, era un soldado raso en tiempo de la revolución, y a la fecha lleva 17 años en el cargo. Semejante estabilidad se debe a sus procedimientos tiránicos, pues hasta ahora la tiranía parece adaptarse a estos países mejor que el republicanismo. La ocupación favorita del gobernador consistía en cazar indios; de poco tiempo a esta parte había matado 48 y vendido los hijos a razón de tres o cuatro libras por cabeza.” (p.144)

“Mientras navegábamos algo al sur del Plata, en una noche muy obscura, el mar ofreció un admirable y bellísimo espectáculo. Corría una fresca brisa, y por toda la superficie, que durante el día se había visto como espumosa, ahora brillaba con una luz pálida. El barco hendía ante su proa dos olas de fósforo líquido, y dejaba en pos de sí una estela láctea. Las crestas de las olas brillaban en toda la extensión del océano, hasta donde la vista podía alcanzar, y las capas inferiores atmosféricas que se tendían sobre el horizonte, merced al resplandor reflejado de los lívidos fulgores antes descritos, no parecían tan tenebrosas como la bóveda superior del cielo.” (p. 176)
Pío Baroja
LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE
Barcelona, 2015, Espasa.



"El viejo comía siempre en el restaurante del hotel. Un mozo, que era español y que al servirle le veía con frecuencia leyendo algún libro o alguna revista, solía decirle:
-¡Usted también, a su edad y teniendo que leer todavía! ¡Es cosa triste!
Es curioso que lo que para algunos es el entretenimiento mejor de la vida, para otros sea un trabajo desagradable." (p. 106)

“-Yo así lo creo -afirmó Elorrio-. La novela es un género que acaba. Ya hace más de cincuenta años que no se ha publicado una novela sugestiva y popular. En el primer medio siglo del XIX, ¡qué cantidad de novelistas sugestivos hubo para el público aquí en Francia!: Balzac, Dumas, Stendhal, Eugenio Sue, algunos puros y otros folletinistas populacheros. En Inglaterra hubo Dickens, Thackeray, ¡y ahora qué hay! Casi nada.
-¿Pero es que los autores modernos son medianos o es que el público no los quiere porque no los necesita? -preguntó Evans.
-Yo creo que es por las dos cosas. La novela necesita misterio. No hay misterio. La vida se va aclarando más y se ven como los hilos del muñeco, lo que es poca cosa. Ponga usted a un buen burgués de París leyendo el prólogo de Ferragus, de la Historia de los Trece de Balzac, por la noche con una lámpara de aceite en un chiscón de una calle oscura y mal iluminada; ponga usted a un comerciante inglés en su casa bien cerrada leyendo Pickwick o Bleak-Home de Dickens, sentado al calor de la chimenea. Los dos tienen que estar estremecidos de curiosidad y de espanto. En cambio, póngale usted a un rico moderno en una casa con calefacción, iluminada con luz eléctrica, con la calle tan clara como su cuarto. El libro le parece pesado y lee el periódico, oye la radio y piensa en vulgaridades.
-Sí, es verdad, pero nosotros no podemos remediarlo -dijo Escalante.
-Entonces no hay que ocuparse de eso.” (pp. 169-170)

“Después de un silencio, Pagani preguntó a su amigo:
-¿Qué le parece a usted la Revolución Francesa?
-Que fue un ensayo muy intenso de latinización de Francia -contestó el inglés.
-¿Para usted malo?
-En sus resultados, sí.
-¿Y el Imperio de Napoleón?
-Algo peor.
Evans había tenido siempre cierta antipatía por el Emperador, fácil de comprender en un inglés.
-¿Pero no cree usted que era un hombre de talento? -le preguntó Pagani, no del todo conforme con la opinión de su amigo.
-Claro que lo era. Talento estratégico y matemático, extraordinario, genial. Pero poca cosa como hombre. Un tipo bilioso, pequeño, barrigudo y cetrino. El tipo del Mediterráneo, atracado de macarrones y de aceitunas verdes, sin cejas y sin pestañas. Es el hombre sin gracia. Todo para él es serio: las condecoraciones, los penachos, los uniformes, los títulos, las estadísticas. No tiene en su vida un rasgo de humor. Shakespeare no hubiera podido hacer ni una tragedia ni una comedia con su vida.” (pp. 209-210)