lunes, 14 de diciembre de 2015

Daniel Tammet
LA POESÍA DE LOS NÚMEROS
Barcelona, 2015, Blackie Books.



“Como sucede en la mayoría de las lenguas aborígenes, los guugu yimithir [pueblo aborigen de Queensland, Australia] disponen solo de un puñado de palabras para referirse a los números: nubuun (uno), gudhirra (dos) y guunduu (tres o más). La misma lengua, sin embargo, les permite situarse geométricamente en su espacio. Un extenso catálogo de términos orientativos permite a sus mentes reconocer de manera intuitiva el norte magnético, el sur, el este y el oeste, con lo que desarrollan un extraordinario sentido de la orientación. Así, por ejemplo, un hombre de los guugu yimithir no dice: «Tienes una hormiga sobre la pierna derecha», sino más bien: «Tienes una hormiga sobre la pierna sudeste». O bien, en vez de decir: «Mueve el libro un poco para atrás», ese mismo hombre diría: «Mueve un poco el libro hacia el noroeste».” (p. 37)

“A diferencia de la diabetes o del pelo rizado, la pobreza rara vez salta una generación. El saldo bancario de los padres a menudo es mucho más determinante que la sangre en el destino del niño. Las madres rubias a veces engendran niños morenos; los hombres altos no siempre tiene profesionales del baloncesto entre sus descendientes; pero más de noventa veces sobre cien, los pobres dan a luz a otros pobres.” (p. 191)

“El economista y matemático Vilfredo Pareto fue el primero en observar, a finales del siglo XIX, que un veinte por ciento de los italianos estaba en posesión del ochenta por ciento de la riqueza nacional, y encontró resultados casi idénticos cuando analizó los datos históricos de otros muchos países de Europa. Así, descubrió que la distribución de la riqueza en París apenas había cambiado desde 1292. Investigaciones posteriores han corroborado sus observaciones.
   Dado que la mayoría de los hombres y mujeres, por carecer de recursos, se quedan en lo más bajo del escalafón, la élite, al no existir competencia, permanece en lo más alto. Los más pobres consagran sus energías a subsistir.” (p. 197)

“Pienso en esa historia, quizá apócrifa, del pintor que, irritado tras muchos intentos fallidos de reflejar un detalle en un retrato, lanzó con hastío la esponja contra el caballete y consiguió así el efecto deseado. O en aquella otra del impresor que, sin quererlo, le valió a Herman Melville infinidad de alabanzas por la expresión «pez mancillado», cuando este, a propósito de una anguila, había querido escribir «pez enrollado sobre sí mismo» (soiled fish – coiled fish).” (p. 214)
[Las cursivas pertenecen al texto.]