martes, 22 de diciembre de 2015

Kenneth Grahame
EL VIENTO EN LOS SAUCES (II)
Madrid, 1985, Altea.



“La línea del horizonte se dibujaba dura y clara sobre el cielo, y en un punto determinado su perfil negro contrastaba con una naciente fosforescencia plateada que ascendía e iba ganando en intensidad. Por fin, rebasando el borde de la tierra, se alzó la luna, lenta y majestuosa, hasta despegarse por entero del horizonte y flotar en el cielo libre de amarras.” (p. 12; segunda parte)

“-Y ahora -decía con suave acento-, tomo de nuevo el camino, siempre con rumbo suroeste, durante muchos días polvorientos e interminables; hasta que al final arribe a la ciudad costera pequeñita y gris que tan bien conozco, agarrada a lo largo de una escarpada ladera del puerto. A través de oscuros portillos, se distinguen allí tramos de escaleras de piedra que descienden, bajo grandes penachos de valeriana roja, y vienen a dar a una parcela de centelleante agua azul. Las barquichuelas que descansan en ella, amarradas a las argollas y estacas del viejo dique, están pintadas de vivos colores como los de los juegos de mi infancia; el salmón brinca en la pleamar, bancos de caballa juguetean, entre relámpagos de plata, frente a las playas y los muelles, y por las ventanas cruzan silenciosos los grandes navíos que arriban a puerto o salen a lata mar. Por allí, más tarde o más temprano, pasan los barcos de todas las naciones navegantes, y de allí zarpará la nave de mi elección en la hora señalada por el destino. Me tomaré tiempo, sabré esperar con paciencia, hasta que al fin esté aguardándome la que me conviene, y la remolquen hasta la bocana, con toda su carga, apuntando el bauprés a mar abierto. Yo me deslizaré a bordo en algún bote o trepando por la maroma, y una mañana me despertaré con los cánticos y el trajín de los marineros, el resonar del cabrestante y el de la cadena del áncora al ser recogida. Izaremos el foque y el trinquete, dejaremos atrás lentamente las casitas blancas del puerto a medida que el barco cobra impulso... ¡y el viaje habrá comenzado! Según avanza hacia el promontorio que cierra la bahía, la nave se irá vistiendo el lienzo de las velas; y luego, una vez en mar abierta, ¡el sonoro embate de los grandes piélagos verdes, escorada la nave al viento, rumbo al Sur!” (pp. 84-85; segunda parte)