Charles R. Darwin
DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO (III)
Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2005, Espasa Calpe.
“Todos los aborígenes habían sido transportados a una isla en el estrecho de Bass; de modo que Tasmania posee la gran ventaja de haberse liberado de la población indígena. Parece que esa determinación inhumana llegó a ser del todo inevitable, como único medio de poner coto a los robos, incendios y asesinatos, que los negros perpetraban en sucesión interminable, y que a la corta o a la larga habían de mover a los blancos a exterminarlos. Mucho recelo que esa serie de crímenes y sus consecuencias no tuvieran su origen en la infame conducta de algunos de nuestros compatriotas. Treinta años es un período muy corto para desterrar hasta el último indígena de su país natal, y mucho más en el caso de una isla aproximada mente tan grande como Irlanda.” (p. 450)
“El 19 de agosto dejamos, finalmente, las costas del Brasil. Doy gracias a Dios porque nunca he de volver a visitar un país de esclavos. Hasta el día de hoy, siempre que llega a mis oídos algún lamento lejano, recuerdo con honda pena lo que sentí al pasar junto a una casa de Pernambuco y oír los gritos más desgarradores, proferidos, según colegí, pues no era posible otra cosa, por un pobre esclavo sometido a tormento, a pesar de lo cual me reconocí tan impotente para protestar contra proceder tan inhumano como si fuera un niño de pocos años. Sospeché que aquellos alaridos procedían de un esclavo torturado, porque esa es la explicación que me dieron en un caso análogo. Cerca de Río Janeiro viví frente por frente de la casa de una señora anciana que oprimía con tornillos los dedos de sus esclavas. En la residencia donde me hospedé había un mulato encargado del servicio, al que cada día y cada hora se insultaba, golpeaba y perseguía en términos tales, que la bestia más abyecta no hubiera podido resistir otro tanto. He visto descargar terribles latigazos sobre la cabeza descubierta de un muchachito de seis a siete años (antes de que yo pudiera intervenir), por haberme alargado un vaso de agua poco limpia; y al padre de ese niño le he visto temblar con sólo mirarle su amo. Estas últimas crueldades han sido presenciadas por mí en una colonia española, donde, según es fama, se trata a los esclavos mejor que entre los portugueses, ingleses y otros europeos.” (p. 499)
“Considerando el estado presente, es imposible no concebir grandes esperanzas en el progreso futuro de casi todo un hemisferio. Los adelantos alcanzados mediante la predicación del cristianismo en todo el mar del Sur constituyen por sí solos un hecho memorable que vivirá en los fastos de la Historia. Es tanto más notable cuando recordamos que hace solamente sesenta años, Cook, cuyo excelente juicio nadie discute, no acertó a predecir el advenimiento de grandes cambios. Esos cambios, sin embargo, se han efectuado por el filantrópico espíritu de la nación británica. Me refiero a Australia, que en la misma región del Globo se está elevando, o más bien se ha elevado, a la categoría de un gran centro de civilización, que en época no muy lejana imperará sobre todo el hemisferio meridional. Un inglés no puede menos de contemplar esas colonias distantes con alta estima y satisfacción. Enarbolar la bandera británica parece sentar una base infalible de riqueza, prosperidad y civilización.” (p. 505)
DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO (III)
Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2005, Espasa Calpe.
“Todos los aborígenes habían sido transportados a una isla en el estrecho de Bass; de modo que Tasmania posee la gran ventaja de haberse liberado de la población indígena. Parece que esa determinación inhumana llegó a ser del todo inevitable, como único medio de poner coto a los robos, incendios y asesinatos, que los negros perpetraban en sucesión interminable, y que a la corta o a la larga habían de mover a los blancos a exterminarlos. Mucho recelo que esa serie de crímenes y sus consecuencias no tuvieran su origen en la infame conducta de algunos de nuestros compatriotas. Treinta años es un período muy corto para desterrar hasta el último indígena de su país natal, y mucho más en el caso de una isla aproximada mente tan grande como Irlanda.” (p. 450)
“El 19 de agosto dejamos, finalmente, las costas del Brasil. Doy gracias a Dios porque nunca he de volver a visitar un país de esclavos. Hasta el día de hoy, siempre que llega a mis oídos algún lamento lejano, recuerdo con honda pena lo que sentí al pasar junto a una casa de Pernambuco y oír los gritos más desgarradores, proferidos, según colegí, pues no era posible otra cosa, por un pobre esclavo sometido a tormento, a pesar de lo cual me reconocí tan impotente para protestar contra proceder tan inhumano como si fuera un niño de pocos años. Sospeché que aquellos alaridos procedían de un esclavo torturado, porque esa es la explicación que me dieron en un caso análogo. Cerca de Río Janeiro viví frente por frente de la casa de una señora anciana que oprimía con tornillos los dedos de sus esclavas. En la residencia donde me hospedé había un mulato encargado del servicio, al que cada día y cada hora se insultaba, golpeaba y perseguía en términos tales, que la bestia más abyecta no hubiera podido resistir otro tanto. He visto descargar terribles latigazos sobre la cabeza descubierta de un muchachito de seis a siete años (antes de que yo pudiera intervenir), por haberme alargado un vaso de agua poco limpia; y al padre de ese niño le he visto temblar con sólo mirarle su amo. Estas últimas crueldades han sido presenciadas por mí en una colonia española, donde, según es fama, se trata a los esclavos mejor que entre los portugueses, ingleses y otros europeos.” (p. 499)
“Considerando el estado presente, es imposible no concebir grandes esperanzas en el progreso futuro de casi todo un hemisferio. Los adelantos alcanzados mediante la predicación del cristianismo en todo el mar del Sur constituyen por sí solos un hecho memorable que vivirá en los fastos de la Historia. Es tanto más notable cuando recordamos que hace solamente sesenta años, Cook, cuyo excelente juicio nadie discute, no acertó a predecir el advenimiento de grandes cambios. Esos cambios, sin embargo, se han efectuado por el filantrópico espíritu de la nación británica. Me refiero a Australia, que en la misma región del Globo se está elevando, o más bien se ha elevado, a la categoría de un gran centro de civilización, que en época no muy lejana imperará sobre todo el hemisferio meridional. Un inglés no puede menos de contemplar esas colonias distantes con alta estima y satisfacción. Enarbolar la bandera británica parece sentar una base infalible de riqueza, prosperidad y civilización.” (p. 505)