domingo, 6 de diciembre de 2015

Pío Baroja
LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE
Barcelona, 2015, Espasa.



"El viejo comía siempre en el restaurante del hotel. Un mozo, que era español y que al servirle le veía con frecuencia leyendo algún libro o alguna revista, solía decirle:
-¡Usted también, a su edad y teniendo que leer todavía! ¡Es cosa triste!
Es curioso que lo que para algunos es el entretenimiento mejor de la vida, para otros sea un trabajo desagradable." (p. 106)

“-Yo así lo creo -afirmó Elorrio-. La novela es un género que acaba. Ya hace más de cincuenta años que no se ha publicado una novela sugestiva y popular. En el primer medio siglo del XIX, ¡qué cantidad de novelistas sugestivos hubo para el público aquí en Francia!: Balzac, Dumas, Stendhal, Eugenio Sue, algunos puros y otros folletinistas populacheros. En Inglaterra hubo Dickens, Thackeray, ¡y ahora qué hay! Casi nada.
-¿Pero es que los autores modernos son medianos o es que el público no los quiere porque no los necesita? -preguntó Evans.
-Yo creo que es por las dos cosas. La novela necesita misterio. No hay misterio. La vida se va aclarando más y se ven como los hilos del muñeco, lo que es poca cosa. Ponga usted a un buen burgués de París leyendo el prólogo de Ferragus, de la Historia de los Trece de Balzac, por la noche con una lámpara de aceite en un chiscón de una calle oscura y mal iluminada; ponga usted a un comerciante inglés en su casa bien cerrada leyendo Pickwick o Bleak-Home de Dickens, sentado al calor de la chimenea. Los dos tienen que estar estremecidos de curiosidad y de espanto. En cambio, póngale usted a un rico moderno en una casa con calefacción, iluminada con luz eléctrica, con la calle tan clara como su cuarto. El libro le parece pesado y lee el periódico, oye la radio y piensa en vulgaridades.
-Sí, es verdad, pero nosotros no podemos remediarlo -dijo Escalante.
-Entonces no hay que ocuparse de eso.” (pp. 169-170)

“Después de un silencio, Pagani preguntó a su amigo:
-¿Qué le parece a usted la Revolución Francesa?
-Que fue un ensayo muy intenso de latinización de Francia -contestó el inglés.
-¿Para usted malo?
-En sus resultados, sí.
-¿Y el Imperio de Napoleón?
-Algo peor.
Evans había tenido siempre cierta antipatía por el Emperador, fácil de comprender en un inglés.
-¿Pero no cree usted que era un hombre de talento? -le preguntó Pagani, no del todo conforme con la opinión de su amigo.
-Claro que lo era. Talento estratégico y matemático, extraordinario, genial. Pero poca cosa como hombre. Un tipo bilioso, pequeño, barrigudo y cetrino. El tipo del Mediterráneo, atracado de macarrones y de aceitunas verdes, sin cejas y sin pestañas. Es el hombre sin gracia. Todo para él es serio: las condecoraciones, los penachos, los uniformes, los títulos, las estadísticas. No tiene en su vida un rasgo de humor. Shakespeare no hubiera podido hacer ni una tragedia ni una comedia con su vida.” (pp. 209-210)