domingo, 13 de noviembre de 2011

Manuel Molina Cortés
TERTULIA DE EL CABALLO NEGRO
Barcelona, 1987, Amarantos.



"Inmediatamente después de haber recibido y leído tu carta he pensado que lo mejor que puedo decirte en estos momentos es gracias por haberme enviado tu carta y gracias por haber pensado lo que has pensado y sentido lo que has sentido y gracias por ser quien eres y ser lo que eres y gracias simplemente porque sí y sin más explicaciones de palabras que todo lo confunden y lo modifican y no conducen a ninguna parte o solamente conducen a este pequeño párrafo perteneciente a ese maldito libro que estoy intentando escribir y que nunca escribiré porque desde siempre he sabido que mis posibles facultades de escritor nunca han estado a la altura suficiente como para poder expresar con exactitud todo aquello que realmente quiero expresar a través de las palabras y es precisamente en esos momentos de insuficiencia literaria cuando de repente y sin poder evitarlo me veo a mí mismo maldiciendo con dos palabras de asco en la boca el día y la hora en que en plena posesión de mis facultades mentales decidí mandarlo todo a la mierda de un solo golpe y aferrarme a la literatura como si la literatura fuera el único medio de expresión, la única actividad humana capaz de infundirme los ánimos necesarios, las fuerzas suficientes para seguir soportando esta vida que está dentro de mí y es mía sin que yo lo haya pedido. Y eso es lo peor que le puede pasar a un escritor: no poder escribir, esa impotencia, esa falta de seguridad en uno mismo y en los demás y sobre todo en la literatura. Hace años creía en la literatura, la amaba como se puede amar a una mujer, sabía lo que era, me emocionaba hablando de ella, la adoraba en secreto, le confesaba cosas que sólo se pueden confesar en silencio, le estaba totalmente agradecido porque gracias a ella conocí otros mundos, otras sensaciones, otras realidades. Los libros de Hemingway, de Miller, de Cortázar, de Lowry, de Genet y de tanta y tanta gente me descubrieron, me ayudaron a descubrir que el mundo real es sólo un sueño, una pesadilla y que hay otro mundo, el de los sueños, el de las ilusiones, el de las sensaciones. Antes escribía y escribiendo era o creía ser el hombre más feliz del mundo, el hombre más feliz de la tierra. No necesitaba nada más. La literatura lo era todo y me importaba un comino de leche llegar a los 30 años siendo un desgraciado, un inútil, un parásito viviendo a costa de la familia y de los amigos. El que yo fuera escritor lo justificaba todo. Todo era perdonable por el simple hecho de ser escritor y escribir con autenticidad. En cambio ahora, con más años, todo ha cambiado. Ya no creo en las palabras como creía antes. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí y sin embargo aquí me tienes escribiendo una palabra detrás de la otra, intentando crear, o mejor dicho, intentando expresar todo lo que siento y todo lo que pienso y todo lo que veo y todo lo que oigo y todo lo que imagino y sigo sin poder expresar todo aquello que realmente quiero y necesito expresar y esa impotencia es como un desgaste lento, un cáncer maligno, un virus, una especie de enfermedad desconocida que poco a poco te va desgastando los sueños y las ilusiones y la esperanza y poco a poco te va convirtiendo en un ser indiferente, nihilista, pasota, avestruz, gato, gamo, ave de corral y si sigo viviendo, si todavía me sigo soportando a mí mismo y a los demás es porque no tengo el valor o la cobardía suficientes para abrir la ventana y lanzarme a ese vacío donde gracias a dios ya no habrá más libros que escribir, más sensaciones que sacar a la superficie. Pero como bien puedes comprobar sigo vivo y la pregunta que me hago a cada minuto es la siguiente: ¿Por qué sigo escribiendo? Y la respuesta es siempre la misma: NO LO SE. Tal vez porque soy una especie de genio genial y todavía no lo he descubierto. Tal vez porque no sirvo para nada más y tengo que hacer algo para justificarme ante mí mismo y el mundo que me rodea. Tal vez porque lo llevo en la sangre. Tal vez porque me gusta más leer la vida que vivirla. Tal vez porque soy un escritor de verdad. Demasiados "tal vez" para una pregunta que no es necesario responder. Lo único cierto es que escribo y escribiré siempre hasta el último día de mi vida.

Hablando de otra cosa. Me pides en tu carta que te diga de qué línea de autores tomo los puntos de referencia. Pues bien, la verdad es que lo ignoro. Evidentemente siempre queda algo de todo lo que ha podido leer una persona, pero mi opinión particular es que el estilo de un escritor lo forma el carácter y la forma de ser de ese escritor en particular. El estilo es el hombre y la sensibilidad el amor y la devoción que pone cada escritor al acercarse a la palabra. Estilo y sensibilidad no se aprenden en los libros, se lleva en la sangre. Se tiene o no se tiene aunque la verdad es que todos los escritores tienen "su" estilo y "su" sensibilidad. La lista de los autores que de alguna manera me han podido ayudar en algo es la siguiente: todos. Cuando abro un libro cualquiera por la página once, nunca busco nada en concreto, no voy a aprender nada. Abro un libro y me dejo llevar por la musicalidad, por la emoción y por las diferentes sensaciones que las palabras me transmiten. No creo en la lectura intelectual de un libro. Creo en la lectura pasional de un libro y el estilo y la sensibilidad a las que aspiro se llaman perfección, y tal vez ésta puede ser la causa de que nunca esté satisfecho de lo que escribo porque siempre se puede escribir mejor de lo que se hace. Te recomiendo la correspondencia de Flaubert. De alguna manera las preocupaciones que tenía Flaubert en la construcción de una frase son iguales que las mías. Para escribir una sola frase puedo tirarme semanas enteras y eso siempre me ha molestado. Una de las cosas que más admiro en ti es tu postura natural ante el hecho de escribir. Yo siempre he endiosado a la literatura y como a todos los dioses hay que tratarla con respeto. Mi lucha en estos momentos es poder perderle el respeto y poder escupirle en la cara una y mil veces. (pp. 147-149)