Achille Mbembe
CRÍTICA DE LA RAZÓN NEGRA
Barcelona, 2016, Futuro Anterior Ediciones / Nuevos Emprendimientos Editoriales.
“En aquella época, no importaba que el conocimiento que se tuviera del continente estuviera lleno de lagunas, ni que se basara únicamente en rumores, en creencias erróneas e inverificables. O que estuviera plagado de fantasías y suposiciones que, tal vez, funcionaban como metonimia de carencias morales de la época o del mecanismo por el cual la Europa de entonces pretendía tranquilizarse a sí misma —para compensar su propio sentimiento de insuficiencia—. Como destaca Jonathan Swift en On Poetry (1733), sobre el mapa de África, prestigiosos geógrafos nunca dejaron de llenar «cada laguna con dibujos salvajes». Y «sobre las colinas inhabitadas», no dudaron en poner «un elefante a falta de un albergue».
Luego está la cara nocturna. En origen, el vocablo «hombre negro» («l’homme noir») sirve, principalmente, para describir e imaginar la diferencia africana. No importa que el «negro» («nègre») designe al esclavo mientras que el «negro» («noir») designe al africano que no ha sufrido aún la esclavitud. Particularmente desde la época de la trata de esclavos, es un presunto vacío de humanidad lo que caracteriza esta diferencia. En este sentido, el color es apenas el signo exterior de una indignidad fundamental, de un envilecimiento primero. Durante los siglos XVIII y XIX, el epíteto o atributo «negro» («noir») remite a este vacío inaugural. En ese entonces, el término «hombre negro» («homme noir») es el nombre que se le otorga a una especie de hombre que, aunque hombre, apenas merece ser llamado así. Esta especie de hombre —el hombre que no se sabe si es verdaderamente hombre— es descrito, sea como «la más atroz criatura de la raza humana», sea como una masa sombría y una materia indiferenciada de carne y hueso, sea como un hombre simplemente «natural» (así lo describe, por ejemplo, François Le Vaillant en 1790).” (pp. 130-131)
CRÍTICA DE LA RAZÓN NEGRA
Barcelona, 2016, Futuro Anterior Ediciones / Nuevos Emprendimientos Editoriales.
“En aquella época, no importaba que el conocimiento que se tuviera del continente estuviera lleno de lagunas, ni que se basara únicamente en rumores, en creencias erróneas e inverificables. O que estuviera plagado de fantasías y suposiciones que, tal vez, funcionaban como metonimia de carencias morales de la época o del mecanismo por el cual la Europa de entonces pretendía tranquilizarse a sí misma —para compensar su propio sentimiento de insuficiencia—. Como destaca Jonathan Swift en On Poetry (1733), sobre el mapa de África, prestigiosos geógrafos nunca dejaron de llenar «cada laguna con dibujos salvajes». Y «sobre las colinas inhabitadas», no dudaron en poner «un elefante a falta de un albergue».
Luego está la cara nocturna. En origen, el vocablo «hombre negro» («l’homme noir») sirve, principalmente, para describir e imaginar la diferencia africana. No importa que el «negro» («nègre») designe al esclavo mientras que el «negro» («noir») designe al africano que no ha sufrido aún la esclavitud. Particularmente desde la época de la trata de esclavos, es un presunto vacío de humanidad lo que caracteriza esta diferencia. En este sentido, el color es apenas el signo exterior de una indignidad fundamental, de un envilecimiento primero. Durante los siglos XVIII y XIX, el epíteto o atributo «negro» («noir») remite a este vacío inaugural. En ese entonces, el término «hombre negro» («homme noir») es el nombre que se le otorga a una especie de hombre que, aunque hombre, apenas merece ser llamado así. Esta especie de hombre —el hombre que no se sabe si es verdaderamente hombre— es descrito, sea como «la más atroz criatura de la raza humana», sea como una masa sombría y una materia indiferenciada de carne y hueso, sea como un hombre simplemente «natural» (así lo describe, por ejemplo, François Le Vaillant en 1790).” (pp. 130-131)
[Las
cursivas pertenecen al texto.]