lunes, 30 de diciembre de 2019

Fred Vargas
LA TERCERA VIRGEN (I)
Madrid, 2008, Siruela.



“Hacía mucho tiempo que había admitido que, en él, pensar no tenía nada en común con la definición aplicada a ese ejercicio. Formar, combinar ideas y juicios. Y no porque no lo hubiera intentado, quedándose sentado en una silla limpia, apoyando los codos en una mesa impoluta, tomando una hoja y una pluma, apretándose la frente con los dedos, tentativas todas que no habían hecho más que desconectar sus circuitos lógicos. Su mente desestructurada le recordaba un mapa mudo, un magma en que nada llegaba a aislarse, a identificarse como idea. Todo parecía siempre poder conectarse con todo, por atajos en que se enmarañaban ruidos, palabras, olores, fulgores, recuerdos, imágenes, ecos, partículas de polvo.” (pp. 95-96)
[Las cursivas pertenecen al texto.]

“Contrariamente al semblante trágico que esperaba Adamsberg, Hermance era alegre y locuaz. Y, efectivamente, tan buena que era capaz de emocionar a toda una cabaña ganadera. Una mujer alta, un poco flaca, que se desplazaba con prudencia, como si estuviera asombrada de existir. Su cháchara se componía de casi nadas, una mezcla de inutilidades y disparates, y podía sin duda alargarse horas. Lo cual, en el fondo, era un auténtico arte, ya que formaba un encaje de palabras tan fino que sólo contenía vacíos.” (p. 168)