lunes, 30 de diciembre de 2019

J. H. Elliott
EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES (II)
Barcelona, 1991, Crítica. 


“Aunque todavía queda por determinar hasta qué punto se debe directamente a su influjo, no queda ni un solo proyecto de reforma de Olivares, desde sus planes de repoblación hasta los de reforma fiscal, que no reapareciera con un aspecto u otro en el gran movimiento reformista del siglo XVIII. Uno de los principales reformadores de aquel siglo, el conde de Campomanes, reconocía la importancia de los precedentes del siglo XVII cuando decía que la carta escrita por Felipe IV a las ciudades de Castilla de 1622 contenía «todo cuanto se ha discurrido después sobre simplificar y reducir las rentas provinciales a una sola y única contribución». Aunque este nuevo estilo de reformas se revistiera del lenguaje internacional propio de la Ilustración, gran parte de su contenido era producción autóctona. Pues, en efecto, la España del antiguo régimen había desarrollado su propia tradición reformista; y al fondo de ésta, oculta en las sombras, con la reputación perdida, asomaba la inconfundible figura del conde-duque de Olivares.” (p. 659)