J. H. Elliott
EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES (I)
Barcelona, 1991, Crítica.
“«Buen memorable día debe ser el de la Magdalena -decía Quevedo en carta a un amigo- en que acabaron con la vida del conde de Olivares tantas amenazas y venganzas y odios que se prometían eternidad … ¡secreto de Dios grandes son! Yo, que estuve muerto el día de San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el mío en cadenas.» ¡Cuán distantes resultan estas palabras de las efusiones líricas con las que, veinticuatro años antes, saludara el amanecer de una nueva época en sus Grandes anales de quince días! Pero bien se le puede permitir este breve momento de triunfo, cuando no le quedaban más que unas pocas semanas de vida. Había sobrevivido, aunque por poco tiempo, a aquellos años de pesadilla del gobierno de Olivares, que había empezado en medio de tantas esperanzas para acabar en derrota y desilusión.
EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES (I)
Barcelona, 1991, Crítica.
“«Buen memorable día debe ser el de la Magdalena -decía Quevedo en carta a un amigo- en que acabaron con la vida del conde de Olivares tantas amenazas y venganzas y odios que se prometían eternidad … ¡secreto de Dios grandes son! Yo, que estuve muerto el día de San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el mío en cadenas.» ¡Cuán distantes resultan estas palabras de las efusiones líricas con las que, veinticuatro años antes, saludara el amanecer de una nueva época en sus Grandes anales de quince días! Pero bien se le puede permitir este breve momento de triunfo, cuando no le quedaban más que unas pocas semanas de vida. Había sobrevivido, aunque por poco tiempo, a aquellos años de pesadilla del gobierno de Olivares, que había empezado en medio de tantas esperanzas para acabar en derrota y desilusión.
La reacción de Quevedo ante la noticia de la muerte del conde-duque era compartida, según parece, por la mayoría de sus compatriotas. Casi pudo oírse el suspiro de alivio que dio el país cuando la noticia se difundió a lo largo y ancho de su geografía. ¿Pero era verdad? Ni aun muerto podía confiarse del todo en el conde-duque, dado lo astuto y mentiroso que era. Una copla del estilo de aquellas que rondaban por Castilla cada vez que se producía algún gran acontecimiento decía:
Si había algo que uniera a los españoles de la década de 1640 era su deseo de no volver a repetir jamás la experiencia de los años de Olivares. «Diecinueve privados han tenido los reyes de Castilla desde Don Pedro hasta Don Felipe -escribía el cronista Gil González Dávila para cuando se produjo su caída- y a todos ellos juntos no se les puede hacer la mitad de cargos que a éste solo.»” (p. 649)
Al fin murió el Conde-Duque,
plegue al cielo que así sea;
si es verdad, España, albricias;
y si no, lealtad, paciencia.
plegue al cielo que así sea;
si es verdad, España, albricias;
y si no, lealtad, paciencia.
Si había algo que uniera a los españoles de la década de 1640 era su deseo de no volver a repetir jamás la experiencia de los años de Olivares. «Diecinueve privados han tenido los reyes de Castilla desde Don Pedro hasta Don Felipe -escribía el cronista Gil González Dávila para cuando se produjo su caída- y a todos ellos juntos no se les puede hacer la mitad de cargos que a éste solo.»” (p. 649)