George Steiner
DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DEL PENSAMIENTO (II)
Madrid, 2007, Siruela.
“Todos vivimos dentro de una incesante corriente y magma de actos de pensamiento, pero sólo una parte muy limitada de la especie da prueba de saber pensar. Heidegger confesó lúgubremente que la humanidad en su conjunto aún no había salido de la prehistoria del pensamiento. Los alfabetizados cerebrales –carecemos de un término adecuado– son, en proporción con la masa de la humanidad, pocos. La capacidad de albergar pensamientos o rudimentos de ellos es universal y es muy posible que vaya unida a unas constantes neurofisiológicas y evolutivas. Pero la capacidad de tener pensamientos que merezcan la pena de ser pensados, más aún, de ser expresados y conservados, es relativamente rara. No hay muchas personas que sepan pensar con una finalidad que sea original, y mucho menos que sea exigente. Todavía hay menos capaces de poner en orden las plenas energías y el potencial del pensamiento y dirigir estas energías a lo que se denomina «concentración» o pensamiento intencionado. Una etiqueta idéntica oscurece los años-luz de diferencia que hay entre el ruido de fondo y las banalidades de la cavilación comunes a toda existencia humana (como también lo es quizá a la de los primates) y la milagrosa complejidad y fuerza del pensamiento de primera categoría.” (pp. 87-89)
“Lo cierto sigue siendo, y de forma abrumadora, que el pensamiento, sean cuales fueren su talla, su concentración, su modo de saltar las grietas de lo desconocido, sea cual fuere su genio ejecutivo para la comunicación y la representación simbólica, no está más cerca de comprender sus objetos primarios. No estamos una pulgada más cerca que Parménides o Platón de cualquier solución verificable del enigma de la naturaleza y de la finalidad de nuestra existencia, si es que la tiene, en este universo probablemente múltiple; no estamos más cerca de determinar si la muerte es o no el final, o si Dios está presente o ausente. A lo mejor incluso estamos más lejos. Los intentos de «pensar» estas cuestiones, de resolverlas pensando, para llegar al santuario de una solución justificadora, explicativa, han producido nuestra historia religiosa, filosófica, literaria, artística y, en gran medida, científica. En el empeño han participado los intelectos y las sensibilidades creativas más potentes de la raza humana: nada menos que Platón, san Agustín, Dante, Spinoza, Galileo, Marx, Nietzsche o Freud. Ha generado sistemas teológicos y metafísicos de fascinante sutileza y sugestivo propósito. Nuestras doctrinas, poesía, arte y ciencia anteriores a la modernidad han estado avalados por la urgente interrogación sobre la existencia, la mortalidad y lo divino. Abstenerse de esta interrogación, censurarla, sería eliminar el pulso y la dignitas definidores de nuestra humanidad. Es el vértigo de preguntar lo que activa una vida sometida a examen.” (pp. 101-102)
[Las cursivas pertenecen a los textos.]
DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DEL PENSAMIENTO (II)
Madrid, 2007, Siruela.
“Todos vivimos dentro de una incesante corriente y magma de actos de pensamiento, pero sólo una parte muy limitada de la especie da prueba de saber pensar. Heidegger confesó lúgubremente que la humanidad en su conjunto aún no había salido de la prehistoria del pensamiento. Los alfabetizados cerebrales –carecemos de un término adecuado– son, en proporción con la masa de la humanidad, pocos. La capacidad de albergar pensamientos o rudimentos de ellos es universal y es muy posible que vaya unida a unas constantes neurofisiológicas y evolutivas. Pero la capacidad de tener pensamientos que merezcan la pena de ser pensados, más aún, de ser expresados y conservados, es relativamente rara. No hay muchas personas que sepan pensar con una finalidad que sea original, y mucho menos que sea exigente. Todavía hay menos capaces de poner en orden las plenas energías y el potencial del pensamiento y dirigir estas energías a lo que se denomina «concentración» o pensamiento intencionado. Una etiqueta idéntica oscurece los años-luz de diferencia que hay entre el ruido de fondo y las banalidades de la cavilación comunes a toda existencia humana (como también lo es quizá a la de los primates) y la milagrosa complejidad y fuerza del pensamiento de primera categoría.” (pp. 87-89)
“Lo cierto sigue siendo, y de forma abrumadora, que el pensamiento, sean cuales fueren su talla, su concentración, su modo de saltar las grietas de lo desconocido, sea cual fuere su genio ejecutivo para la comunicación y la representación simbólica, no está más cerca de comprender sus objetos primarios. No estamos una pulgada más cerca que Parménides o Platón de cualquier solución verificable del enigma de la naturaleza y de la finalidad de nuestra existencia, si es que la tiene, en este universo probablemente múltiple; no estamos más cerca de determinar si la muerte es o no el final, o si Dios está presente o ausente. A lo mejor incluso estamos más lejos. Los intentos de «pensar» estas cuestiones, de resolverlas pensando, para llegar al santuario de una solución justificadora, explicativa, han producido nuestra historia religiosa, filosófica, literaria, artística y, en gran medida, científica. En el empeño han participado los intelectos y las sensibilidades creativas más potentes de la raza humana: nada menos que Platón, san Agustín, Dante, Spinoza, Galileo, Marx, Nietzsche o Freud. Ha generado sistemas teológicos y metafísicos de fascinante sutileza y sugestivo propósito. Nuestras doctrinas, poesía, arte y ciencia anteriores a la modernidad han estado avalados por la urgente interrogación sobre la existencia, la mortalidad y lo divino. Abstenerse de esta interrogación, censurarla, sería eliminar el pulso y la dignitas definidores de nuestra humanidad. Es el vértigo de preguntar lo que activa una vida sometida a examen.” (pp. 101-102)
[Las cursivas pertenecen a los textos.]