Mike Dash
LA TRAGEDIA DEL BATAVIA (I)
Barcelona, 2003, Lumen.
“Incluso ahora, es posible determinar con cierta precisión la incidencia y el alcance de estas dolencias en el siglo XVII, un siglo plagado de enfermedades. El cielo católico contaba, por ejemplo, con no menos de ciento veintitrés santos por cuya intercesión podían rezar los aquejados de fiebres: sin duda, la cantidad más elevada de patrones consagrados a una afección en particular. Otros ochenta y cinco santos atendían las infinitas súplicas de padres desesperados que pedían ayuda para la vasta variedad de enfermedades que aquejaban a los niños; cincuenta y tres más cubrían el abanico de plagas, y veintitrés estaban dedicados en exclusiva a la gota. Los católicos tenían incluso un santo patrón de las hemorroides: san Fiacre, un párroco irlandés que había llevado una vida de excepcional tormento en el siglo VII.” (p. 54)
“Para el lector actual, el ingrediente más insólito de cuantos figuraban en las boticas es sin duda la «momia», carne humana molida extraída (al menos en teoría) directamente de tumbas egipcias saqueadas. Era una panacea popular, supuestamente eficaz contra la práctica totalidad de dolencias, desde la jaqueca hasta la peste bubónica. La mejor momia tenía «un tacto resinoso, curtido y negro brillante», un sabor acre y un olor fragante. Cuando los suministros procedentes de Egipto resultaban difíciles de conseguir, lo cual ocurría con frecuencia, debían reemplazarse con cadáveres europeos, pero era importante que el cuerpo del cual se extraía la carne no hubiese sucumbido a la enfermedad. Aunque era de suponer que hasta la momia más refinada procediera de los restos de hombres que habían muerto por asfixia en tormentas de arena en el Sahara, en la práctica la principal fuente de suministros eran los cadáveres de criminales ejecutados.” (p. 57)
LA TRAGEDIA DEL BATAVIA (I)
Barcelona, 2003, Lumen.
“Incluso ahora, es posible determinar con cierta precisión la incidencia y el alcance de estas dolencias en el siglo XVII, un siglo plagado de enfermedades. El cielo católico contaba, por ejemplo, con no menos de ciento veintitrés santos por cuya intercesión podían rezar los aquejados de fiebres: sin duda, la cantidad más elevada de patrones consagrados a una afección en particular. Otros ochenta y cinco santos atendían las infinitas súplicas de padres desesperados que pedían ayuda para la vasta variedad de enfermedades que aquejaban a los niños; cincuenta y tres más cubrían el abanico de plagas, y veintitrés estaban dedicados en exclusiva a la gota. Los católicos tenían incluso un santo patrón de las hemorroides: san Fiacre, un párroco irlandés que había llevado una vida de excepcional tormento en el siglo VII.” (p. 54)
“Para el lector actual, el ingrediente más insólito de cuantos figuraban en las boticas es sin duda la «momia», carne humana molida extraída (al menos en teoría) directamente de tumbas egipcias saqueadas. Era una panacea popular, supuestamente eficaz contra la práctica totalidad de dolencias, desde la jaqueca hasta la peste bubónica. La mejor momia tenía «un tacto resinoso, curtido y negro brillante», un sabor acre y un olor fragante. Cuando los suministros procedentes de Egipto resultaban difíciles de conseguir, lo cual ocurría con frecuencia, debían reemplazarse con cadáveres europeos, pero era importante que el cuerpo del cual se extraía la carne no hubiese sucumbido a la enfermedad. Aunque era de suponer que hasta la momia más refinada procediera de los restos de hombres que habían muerto por asfixia en tormentas de arena en el Sahara, en la práctica la principal fuente de suministros eran los cadáveres de criminales ejecutados.” (p. 57)