martes, 4 de julio de 2017

John Fante
LLENOS DE VIDA (II)
Barcelona, 2008, Anagrama.


“Mi padre solía ser el primero en levantarse todas las mañanas, se hacía su propio desayuno y preparaba café para todos. Para romper el ayuno empezaba con un vaso de clarete con un huevo crudo que parecía un ojo en escabeche. […] La fórmula de mi padre era echar varias cucharadas de café molido en un cazo y calentarlo; echaba al brebaje las cáscaras de huevo y lo dejaba hervir, hasta que se formaba una especie de sopa. Era un café volcánico, le ponías leche y apenas cambiaba de color. Cuando lo removías, la cucharilla tropezaba con grava y en la superficie aparecían motas sospechosas que volvían a sumergirse. Había hilachas de clara cocida y, cuando lo bebías, estabas todo el tiempo escupiendo trozos de cáscara. En pocas palabras, una bazofia. Nos lo tomábamos, como es lógico, por no quedar mal, y luego, cuando llegaba a la oficina, me tomaba un café del bueno.” (pp. 110-111)