Joseph Heller
TRAMPA 22 (II)
Barcelona, 2005, RBA.
“El comandante Coronel había nacido demasiado tarde y demasiado mediocre. Algunas personas nacen mediocres, otras alcanzan la mediocridad, a otras se la imponen. En el caso del comandante Coronel, eran las tres cosas. Incluso entre las personas que carecían de todo interés él destacaba invariablemente por una carencia de interés aun mayor que la de los demás, y cuantos lo conocían se quedaban impresionados por el poco interés que despertaba.” (p. 98)
“—Y no me vengas con que los caminos del Señor son inescrutables —añadió Yossarian, aplastando la siguiente objeción de la mujer del teniente Scheisskopf—. No tienen nada de inescrutables. Para empezar, no tiene ningún designio, y se limita a jugar. O es que se ha olvidado de nosotros. Ése es el Dios del que habla la gente, un cateto, un zafio torpe, descerebrado y vulgar. ¡Dios del cielo! ¿Cómo se puede reverenciar a un Ser Supremo que considera necesario incluir en Su divina creación fenómenos como las flemas o las caries dentales? ¿Qué coño le pasaba por esa mente malvada, astuta, escatológica, cuando privó a los viejos del control sobre el movimiento de sus intestinos? ¿Por qué demonios tuvo que crear el dolor?
—¿El dolor? —la mujer del teniente Scheisskopf se aferró a aquella palabra con ademán victorioso—. El dolor es un síntoma muy útil. El dolor nos avisa de los peligros corporales.
—¿Y quién ha creado esos peligros? —preguntó Yossarian. Soltó una cáustica carcajada—. Desde luego, hizo un acto de caridad con nosotros al concedernos el dolor. ¿No podía usar un timbre para comunicárnoslo, o uno de sus coros celestiales? O una instalación de tubos de neón azules y rojos en la frente de cada persona. A cualquier fabricante de máquinas de discos se le habría ocurrido. ¿Por qué a Él no?
—Tendríamos un aspecto ridículo yendo por ahí con tubos de neón rojos en mitad de la frente.
—Pues estarán más guapos con los espasmos de la agonía o atontados de morfina, ¿verdad? ¡Es un metepatas colosal, inmortal! ¡Cuando piensas en las oportunidades y el poder de que disponía para haber realizado un buen trabajo y ves la porquería que ha hecho, te quedas boquiabierto ante su torpeza! Salta a la vista que nunca se ha topado con una nómina. ¡Ningún comerciante que se respete lo contrataría ni como chupatintas!” (pp. 211-212)
TRAMPA 22 (II)
Barcelona, 2005, RBA.
“El comandante Coronel había nacido demasiado tarde y demasiado mediocre. Algunas personas nacen mediocres, otras alcanzan la mediocridad, a otras se la imponen. En el caso del comandante Coronel, eran las tres cosas. Incluso entre las personas que carecían de todo interés él destacaba invariablemente por una carencia de interés aun mayor que la de los demás, y cuantos lo conocían se quedaban impresionados por el poco interés que despertaba.” (p. 98)
“—Y no me vengas con que los caminos del Señor son inescrutables —añadió Yossarian, aplastando la siguiente objeción de la mujer del teniente Scheisskopf—. No tienen nada de inescrutables. Para empezar, no tiene ningún designio, y se limita a jugar. O es que se ha olvidado de nosotros. Ése es el Dios del que habla la gente, un cateto, un zafio torpe, descerebrado y vulgar. ¡Dios del cielo! ¿Cómo se puede reverenciar a un Ser Supremo que considera necesario incluir en Su divina creación fenómenos como las flemas o las caries dentales? ¿Qué coño le pasaba por esa mente malvada, astuta, escatológica, cuando privó a los viejos del control sobre el movimiento de sus intestinos? ¿Por qué demonios tuvo que crear el dolor?
—¿El dolor? —la mujer del teniente Scheisskopf se aferró a aquella palabra con ademán victorioso—. El dolor es un síntoma muy útil. El dolor nos avisa de los peligros corporales.
—¿Y quién ha creado esos peligros? —preguntó Yossarian. Soltó una cáustica carcajada—. Desde luego, hizo un acto de caridad con nosotros al concedernos el dolor. ¿No podía usar un timbre para comunicárnoslo, o uno de sus coros celestiales? O una instalación de tubos de neón azules y rojos en la frente de cada persona. A cualquier fabricante de máquinas de discos se le habría ocurrido. ¿Por qué a Él no?
—Tendríamos un aspecto ridículo yendo por ahí con tubos de neón rojos en mitad de la frente.
—Pues estarán más guapos con los espasmos de la agonía o atontados de morfina, ¿verdad? ¡Es un metepatas colosal, inmortal! ¡Cuando piensas en las oportunidades y el poder de que disponía para haber realizado un buen trabajo y ves la porquería que ha hecho, te quedas boquiabierto ante su torpeza! Salta a la vista que nunca se ha topado con una nómina. ¡Ningún comerciante que se respete lo contrataría ni como chupatintas!” (pp. 211-212)