Julio Ramón Ribeyro
PROSAS APÁTRIDAS (III)
Barcelona, 2007, Seix Barral.
PROSAS APÁTRIDAS (III)
Barcelona, 2007, Seix Barral.
“Durante diez años, mientras trabajé en la Agencia, fui casi todos los días a los jardines del Palais Royal, a caminar por sus arcadas unos minutos, antes o después del almuerzo y, cuando no tenía dinero, en vez del almuerzo. ¿Y qué queda en mí de estos paseos, santo cielo, qué queda en mí? ¿Para qué me sirvió esa inversión de cientos y cientos de horas de mi vida? Para nada, aparte de dejar en mi memoria algo así como el dibujo necio en su precisión de una tarjeta postal. Nosotros tenemos una concepción finalista de nuestra vida y creemos que todos nuestros actos, sobre todo los que se repiten, tienen una significación escondida y deben dar algún fruto. Pero no es así. La mayor parte de nuestros actos son inútiles, estériles. Nuestra vida está tejida con esa trama gris y sin relieve y sólo aquí y allá surge de pronto una flor, una figura. Quizás nuestros únicos actos valiosos y fecundos han sido las palabras tiernas que alguna vez pronunciamos, algún gesto de arrojo que tuvimos, una caricia distraída, las horas empleadas en leer o escribir un libro. Y nada más.” (pp. 106-107)
“Cada religión segrega automáticamente sus propias herejías. Del cuerpo central de una doctrina se desprende siempre una o varias facciones que discuten puntos de detalle y que terminan por crear su propia doctrina, la que a su vez da origen a otras. Así como en el orden biológico ciertos procesos vitales perduran solo a través de la partenogénesis, en el orden de las ideas ocurre lo mismo y éstas solo son fecundas de acuerdo con el principio de la subdivisión permanente.” (p. 80)
“En la cadena biológica, o más concretamente en el curso de la humanidad, somos un resplandor, ni siquiera eso, un sobresalto, menos aún, una piedra que se hunde en un pozo, todavía algo más insignificante, un reflejo, un soplo, una arenilla, nada que salga del número o la indiferencia. Desde esta perspectiva el individuo no cuenta, sino la especie, único agente activo de la historia. Ésta deberá escribirse alguna vez sin citar un solo nombre, así sea de emperador, artista o inventor, pues cada uno de ellos es el producto de todos los que lo antecedieron y el germen de quienes los sucederán. La noción de individuo es una noción moderna, que pertenece a la cultura occidental y se exacerbó después del Renacimiento. Las grandes obras de la creación humana, sean libros sagrados, poemas épicos, catedrales o ciudades, son anónimas. Lo importante no es que Leonardo haya producido La Gioconda sino que la especie haya producido a Leonardo.” (pp. 91-92)