sábado, 1 de julio de 2017


Javier Cercas
ANATOMÍA DE UN INSTANTE (II)
Madrid, 2009, Random House Mondadori.



“... tal vez la furia del general Gutiérrez Mellado no estaba hecha únicamente de una furia visible contra unos guardias civiles rebeldes, sino también de una furia secreta contra sí mismo, tal vez no sea de todo ilícito entender su gesto de enfrentarse a los golpistas como el gesto extremo de contrición de un antiguo golpista.
  El general no hubiese aceptado esta interpretación, o no la hubiese aceptado en público: no hubiese aceptado que cuarenta y cinco años atrás había sido un oficial rebelde que había apoyado un golpe militar contra un sistema político fundamentalmente idéntico al que él representaba ahora en el gobierno. Pero nadie se libra de su biografía, y la biografía del general le corrige: el 18 de julio de 1936, cuando contaba apenas veinticuatro años y era un teniente recién salido de la Academia de Artillería, afiliado a Falange y destinado en un regimiento acantonado a pocos kilómetros de Madrid, Gutiérrez Mellado contribuyó a sublevar su unidad contra el gobierno legítimo de la república, y el día 19, hasta que la insurrección militar fue aplastada en Madrid, se pasó la mañana encaramado en el tejado de su cuartel disparando con una ametralladora convencional a los Breguet XIX procedentes del aeródromo de Getafe que bombardeaban desde el amanecer a los rebeldes. El general nunca negó estos hechos, pero sí hubiera negado la comparación entre la democracia de 1936 y la de 1981 y entre los golpistas del 18 de julio y los del 23 de febrero; jamás se arrepintió en público de haberse sublevado en 1936, jamás hubiese admitido que el régimen político contra el que se insubordinó en su juventud era fundamentalmente idéntico al que había contribuido a crear en su vejez y ahora representaba, y siempre aseguró que el golpe de estado del general Franco había sido necesario porque la democracia de 1936, que había permitido en pocos meses trescientas muertes violentas en incidentes políticos, era de una imperfección escandalosa e insostenible y había abandonado el poder en la calle, de donde el ejército se había limitado a recogerlo. […] su incoherencia es manifiesta: ¿acaso no invocaban los golpistas de 1981 razones parecidas a los de 1936?” (pp. 106-107)