martes, 4 de julio de 2017


Roger Garaudy
LOS MITOS FUNDACIONALES DEL ESTADO DE ISRAEL
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“Los integrismos, generadores de guerra y violencia, son la enfermedad mortal de nuestro tiempo. Este libro forma parte de una trilogía que he dedicado a combatirlos:
   Grandeza y decadencia del Islam, en la que denuncio el epicentro del integrismo musulmán: Arabia Saudita. Allí tildé al Rey Fahd, cómplice de la invasión americana en el Oriente Medio, como prostituta política, que hace del islamismo una enfermedad del Islam. 
   Dos obras dedicadas al integrismo católico romano que, pretendiendo defender la vida, diserta sobre el embrión, pero se calla cuando 13 millones y medio de niños mueren cada año de desnutrición y de hambre víctimas del monoteísmo del mercado impuesto por la dominación americana, cuyos títulos son: ¿Tenemos necesidad de Dios? y ¿Hacia una guerra de religión?.
   La tercera obra del tríptico:  
   Los mitos fundacionales del Estado de Israel, denuncia la herejía del sionismo político que consiste en sustituir al Dios de Israel por el Estado de Israel, portaaviones nuclear e insumergible de los maestros provisionales del mundo: los Estados Unidos, que pretenden apoderarse del petróleo de Oriente Medio, nervio del desarrollo occidental. (Modelo de crecimiento que, por mediación del Fondo Monetario Internacional (F.M.I.), le cuesta al Tercer Mundo el equivalente en muertos a los de Hiroshima cada dos días).” (p. 5)

“Lo que nosotros rechazamos, es la lectura sionista, tribal y nacionalista, de estos textos, reduciendo la idea gigante de la Alianza de Dios con el hombre, con todos los hombres, y su presencia en todos, y sacando de ello la idea más maléfica de la Historia de la humanidad: la del pueblo elegido por un Dios parcial y partidista (y en consecuencia un ídolo) que justifica por adelantado todas las dominaciones, las colonizaciones y las matanzas. Como si, en el mundo, no hubiera existido más Historia Sagrada que la de los Hebreos.” (p. 141)

“Tampoco la crítica del mito del holocausto es una contabilidad macabra del número de víctimas. Aunque no hubiera habido más que un solo hombre perseguido por su fe o por su orígen étnico, no hubiera dejado de ser un crimen contra toda la Humanidad.
   Pero la explotación política, por una nación que ni siquiera existía cuando fueron cometidos los crímenes, las cifras arbitrariamente exageradas para intentar demostrar que el sufrimiento de unos no tenía parangón con el de todos los demás, y la sacralización (por el propio léxico religioso, el de holocausto) tiende a tratar de hacer olvidar genocidios más feroces.
   Los mayores beneficiarios han sido los sionistas, teniéndose por las víctimas exclusivas; creando, a pasos agigantados, un Estado de Israel, y, a pesar de los 50 millones de muertos de esa guerra, haciéndose las víctimas casi únicas del hitlerismo, y colocándose, a partir de aquí, por encima de cualquier Ley para legalizar todas sus exacciones exteriores o interiores.” (p. 142)

“Fue preciso, para hacer el martirio real de los judíos, bajo el pretexto de no banalizarlo, no sólo pasar a un segundo plano a todos los demás, tales como la muerte de los 17 millones de ciudadanos soviéticos y de los 9 millones de alemanes, sino incluso conferir a estos sufrimientos reales un carácter sacral (bajo el nombre de Holocausto) que era rehusado por todos los demás.
   Ha sido necesario, para alcanzar este objetivo, violar todas las reglas elementales de justicia y del establecimiento de la verdad.
   Era imprescindible, por ejemplo, que la solución final significara exterminio, genocidio, mientras que no existe ningún documento que permita esta interpretación, tratándose siempre de la expulsión de todos los judíos de Europa, al Este en una primera fase y posteriormente a una reserva africana cualquiera. Lo que ya es suficientemente monstruoso.
  Fue necesario, para ello, falsificar todos los documentos: traducir traslado por exterminio.   
   Este método interpretativo permite hacer cualquier cosa a cualquier texto. Lo que fue una horrible matanza llegaría a ser genocidio.” (pp. 151-152)
[Las cursivas pertenecen al texto. La obra Les Mythes fondateurs de la politique israélienne (título original), fue publicada en 1995 por la editorial La Vieille Taupe. Más tarde, en 1996, fue reeditada por cuenta del autor.]